Venezuela hace mucho tiempo que no es una democracia, algo que importa a quienes vivimos aquí y muchas personas de allí, deseosos de que no perdure por más tiempo la iconografía de libertadores con corbata, poncho o vestidos de chándal. No es que un partido no democrático gane las lecciones, como ha ocurrido en la Unión Europea; es que los propios comicios no han sido democráticos. Dicho esto, ahí quedan las felicitaciones y nulas críticas al régimen chavista de quienes tampoco critican a Rusia, a Hamás, ni tampoco a China o Cuba; bien cerca de nosotros lo estamos viendo, con apoyos públicos que bendicen los resultados de Venezuela. En el fondo se agradece, pues enseñan su espíritu dictatorial.
Salta a la vista el rédito que no pocas dictaduras obtienen de la consulta en las urnas, como si las torturas y las balas estuvieran mal vistas habiendo medios más prácticos. Y siempre están ahí si falla el fraude electoral. Y da igual si son regímenes dictatoriales de derechas o de izquierdas. Desde luego que la dictadura venezolana no es capaz de la sutileza del peronismo argentino, convertido en un verdadero desafío teórico para los politólogos. Pero Maduro y los suyos sí conocen el abuso de las urnas con apariencia democrática, que las necesitan para evitar la imagen del dictador con carnet profesional del gremio. Es preferible verse como un mesías de la democracia, aunque enseguida lamine sus esencias. La extrema derecha europea ha logrado imponerse en procesos electorales democráticos, algo que no es menos preocupante. En el caso de Vox, vemos que a sus dirigentes les queda pulirse con mucha praxis de cinismo por delante.
Las urnas están siendo utilizadas para legitimar la abolición de la democracia pervirtiendo el Derecho con la vitola de “voluntad del pueblo”. Ante esto, parece necesaria una profunda reflexión sobre el papel de las elecciones como el trampolín de acceso al poder de gobiernos autoritarios, capaces de apropiarse de este proceso de legitimación democrática vaciándolo de los aspectos que garantizan la vida en democracia: libre concurrencia, transparencia y neutralidad de quienes hayan sido designados garantes de los resultados electorales.
Cuando hay poder suficiente sin control, como en Venezuela, la autoridad absoluta cercena los derechos elementales al mismo tiempo que apela a la legitimidad de soberanía popular. Un fraude. Se calcula que ocho millones de venezolanos han dejado el país (no se publican estadísticas oficiales desde hace décadas) huyendo del régimen dictatorial o por la penuria económica ante el colapso del régimen que malvive con ayudas de Rusia, China y asimilados. Vladimir Putin también ganó las elecciones de este año mediante las urnas –sin opositores reales– para mantener la ilusión de que Rusia es una democracia. Así es como las elecciones permiten legitimar su poder “demostrando” que el pueblo ruso está unido en torno a su líder.
Lo cierto es que todo eso es una gran mentira cuyo reverso de las elecciones amañadas permite a las dictaduras demostrar y exhibir el nivel de control que tienen sobre el sistema político, las organizaciones del Estado y por supuesto la población, a la que roban la esperanza del cambio. Quienes no gozan de legitimidad real necesitan el discurso de la espuria legitimidad que les dan las elecciones amañadas. Está claro que las urnas no solo las reclaman los demócratas.
Una última consideración al rebufo de estas elecciones venezolanas. Las dictaduras son un fenómeno que no va a menos. Y todavía peor, ni siquiera decrece el número de quienes ansían apoltronarse en su propia dictadura sin detenerse ante nada, valiéndose de cualquier medio hasta conseguirlo. Donald Trump es el ejemplo perfecto de esto; alguien a quien le importa un bledo el bienestar de los estadounidenses y que vive para alimentar la megalomanía y su dinero; un tipo de dictador capaz de alentar el asalto al Capitolio, estar condenado en sede judicial y que sigue imputado por varios delitos… Sin embargo, ¡mantiene decenas de millones de seguidores de todas las capas sociales que le votan en las urnas! La explicación a este hecho desconcertante se encuentra en la existencia de perfiles humanos que prefieren la seguridad y la estabilidad a la libertad. El problema aquí –y en Europa– no son las urnas sino el sustrato social que busca legitimarse, incluso recortando la democracia.
El chavismo, o lo que queda de él con Maduro, huye hacia adelante; da la impresión de que apuesta por la “nicaragüización” del sistema político, que ya no es ni socialismo ni revolución, ni nada; sólo un negocio envuelto en dictadura. Qué pena de país del que no debemos olvidar la acogida que dispensó a tantos vascos que escaparon de la persecución franquista para vivir la libertad en Venezuela. Qué paradoja.
* Analista