Cuando llegan épocas como ésta en las que, por las vacaciones de los infantes, hay más chavalería de lo normal en nuestro amado templo del cortado mañanero, algunos viejillos aprovechan para pedir prestado algún querubín con conocimientos informáticos para tareas sencillas. Por ejemplo, en el economato que está cerca, el otro día le dieron a uno de los abuelos un ticket con un código para entrar en un sorteo de no sé qué. Eso sí, había que acceder a la web de la cadena, darse de alta, meter la clave secreta de los misiles y esperar a los tres números finales que canten en lo del Niño. El aitite estaba perdido. Al muchacho que hizo la gestión, le costó dos suspiros. A cambio, se le invitó a una salobreña premium. Los venerables dicen estar hasta los mismísimos de que todo lo que tienen que hacer últimamente es solo a través del móvil o del ordenador. Por eso, para las cosas tochas se ha fichado una tarde por semana a dos nietas cuasi veinteañeras con portátil, a las que se les recompensa con cañas y pintxos de alto copete. Por sus manos pasan cosas de bancos y médicos, aunque lo que están demostrando en el par de meses que llevan de actividad caritativa es una santa paciencia que no está en los escritos. Y todo porque alguien ha decidido que no se puede atender a las personas con personas.