De nuevo, centenares de jóvenes (1.500) se han reunido en un Topagune realizado en Eibar, para pensar y debatir la actualidad del comunismo. Es un hecho que demuestra que entre la juventud hay muchas células vivas que se posicionan frente a la crisis de identidad, crisis de ideas y crisis de orientación, con una actitud de lucha por cambiar la realidad con nuevas energías militantes.

GKS o el comunismo hegemónico

Nuevas energías que, sin embargo, defraudan cuando echan mano de herramientas viejas, del siglo XIX. Y en esta contradicción está el problema originario, a mi juicio.

En los Topagune de GKS se insiste en recuperar el marxismo como método de análisis, algo así como aprender a manejar un destornillador que despieza la realidad para conocerla y que luego la rehace, obteniendo una visión holística. En realidad, este ejercicio lo hacen muchas personas y grupos, así como otras escuelas de pensamiento, sin que de ello se deriven posiciones radicales o revolucionarias. Se trata sencillamente de acceder a un método de análisis que lo utilizan desde intelectuales, sindicalistas, políticos, hasta jesuitas socialmente comprometidos. Aclaro que llamo marxismo al cuerpo o conjunto de ideas bautizado con ese nombre tras la muerte de Carlos Marx. Un cuerpo de ideas que tiende a la ortodoxia y que sacraliza la autoridad de los líderes, con propensión al inmovilismo.

El marxismo es prisionero de su historia. Fue utilizado y manipulado por la URSS y los países “del telón de acero” y desde entonces paga un tributo en forma de estigmatización y desprestigio. Estudiarlo, como se estudian otras ideologías está muy bien. Sin más. Pero pretender extraer del pensamiento de Marx y Engels los secretos metodológicos para hacer otro mundo posible es casi con seguridad un error. Y querer hacer del marxismo y el comunismo banderas de emancipación, es una equivocación a la que se le ve las costuras cuando pretende ser una ciencia infalible, con respuestas para todo, incluso a problemas de los que sólo sabemos el enunciado.

Desde la segunda mitad del siglo XIX el mundo ha cambiado mucho. Hoy están en el centro del debate temas nuevos que requieren respuestas nuevas. El ecologismo, el feminismo, la migración, la caída de la industria, la nueva demografía urbana y rural, el neoliberalismo, el ascenso del post fascismo, son entre otros, asuntos que requieren puntos de partida para la reflexión que Marx y Engels no pudieron imaginar.

Como ya dije en otro artículo anterior titulado “Mucha luz ciega” el primer gran problema del marxismo más extendido era y es el erigirse en una ideología acusadamente predictiva. En ello encontramos efectos estimulantes en la conciencia popular, pero también su punto más débil: el incumplimiento de sus predicciones que da como resultado una falsa promesa y la caída de una ilusión a la que sustituye la decepción. De hecho, Marx bebe de las fuentes filosóficas que creen en una idea de progreso inevitable (Hegel, Kant).

Las victorias previstas por el socialismo marxista se apoyaban en una lectura mecánica de la historia. El feudalismo sustituyó al esclavismo, el capitalismo al feudalismo, y el socialismo al capitalismo. Para el marxismo la historia es dialéctica. Todo está previsto. Pero las expectativas entraron en declive en la primera parte del siglo XX. La historia se empeñó en contradecir a las anunciadas victorias, y el proletariado como fuerza necesariamente revolucionaria resultó ser un deseo y no una realidad. La izquierda empezó a fallar. En todo caso es verdad que la realidad invita a profundizar en problemas de los que se ha profundizado poco, pero al mismo tiempo queda debilitado el imaginario colectivo, la capacidad de concebir una sociedad globalmente diferente.

Alrededor de la I Guerra Mundial la izquierda europea occidental falló como fuerza revolucionaria, y alrededor de la II Guerra Mundial como fuerza que quería cambiar el orden existente por medios legales, electorales, a través de políticas reformistas. En parte lo ha logrado. Pero tratar de recuperar hoy día la idea de que una dictadura del proletariado es la alternativa, es cuanto menos chocante. El sujeto que se nombra, “proletariado”, ha mutado. No existe como colectivo. Lo que hay son proletariados y clases obreras, pero no un actor unificado en torno a la idea de construir una dictadura.

Por otra parte, cuesta creer que aparte de la extrema derecha haya otras opciones favorables a una dictadura. Hoy la democracia es patrimonio de la humanidad, aunque esté debilitada y defraude demasiado a menudo. Dictadura no, sea del signo que sea. Como, además, quedó claro ya en el primer Topagune de Durango que la revolución proletaria será mundial o no será, sólo imaginar cómo se podría organizar semejante acción universal es algo que pertenece al ámbito de las utopías imposibles. Choca en este sentido la definición del no nacionalismo del Topagune de Durango, aludiendo a que la lucha de clases no cabe en las fronteras nacionales. La respuesta más elaborada está en el trotskismo que sigue siendo internacionalista, pero que nunca ha negado, en Euskadi, por ejemplo, la dimensión nacional vasca de sus luchas.

La pretensión de movilizar al mismo tiempo a las clases obreras del planeta es una fantasía. Dirigir ese movimiento supondría levantar una burocracia y una capacidad de medios inalcanzable. Además, la sociedad mundial se rebelaría ante una peligrosa estructura de pensamiento único. No, no creo que pueda haber un puesto de mando universal para cambiar el mundo (El Doctor No es un personaje de ficción de una película de 007), más bien creo que ante la globalización, la glocalización o lucha desde lo pequeño puede ser más efectiva.

Insistimos, la recuperación post bélica supuso una expansión económica que disminuyó los espacios con ambición reformadora. El Estado del bienestar desactivó muchas de las reivindicaciones sociales y a ello contribuyeron los partidos comunistas y socialdemócratas. Mientras, en la URSS, se impuso un capitalismo de Estado que utilizaba un lenguaje marxista como modo de disfrazar un régimen totalitario. Y a la izquierda occidental europea, tanto a la simpatizante de la URSS como a la que rechazaba su régimen le costó entender que su concepción de la clase obrera como vanguardia de una revolución social era, sobre todo, una ilusión. Es un hecho que hoy, millones de proletarios, votan a la extrema derecha, dejando en evidencia que su carácter revolucionario quedó en los meandros de la historia del siglo XX.

Los jóvenes reunidos de GKS abogan por la creación de un partido comunista nuevo. Deberían tomar nota de que la sola alusión a un partido comunista produce rechazo en la sociedad. No es posible borrar tanta historia de terror del que los Gulag y la primavera de Praga son sólo un ejemplo. En los partidos comunistas ha militado mucha gente honesta, generosa, entregada, de los que muchos y muchas dieron la vida por un ideal. Sin embargo, las estructuras de mando de esos mismos partidos han estado intervenidas por burócratas, dogmáticos, conservadores de pensamiento. Claro que los reunidos en el Topagune dirán que su tarea es reconstruir con materiales nuevos, pero nada invita a pensar que el producto resultante será innovador si las fuentes de las que beben son aguas ya contaminadas.

Cualquier proyecto que se proponga cambiar la realidad tiene que abrirse y no cerrarse. Tiene que contar con la diversidad, con la importancia de juntar fuerzas para ahondar en los problemas presentes, e intentar vislumbrar las tendencias futuras. Lo contrario, cerrarse para construir una burbuja pura que contenga la verdad sólo lleva al sectarismo. Creo que hay que abrir una relación entre minorías más inconformistas y sectores amplios de la sociedad. La idea de frente amplio resume bien lo que se espera de quienes trabajan por alternativas sociales y democráticas. Algo que supone construir una diversidad conectada por ideas-fuerza comunes. La idea contraria, de aislamiento, se apoya en la creencia de estar en posesión de la verdad, lo que significa desconsiderar a quienes piensan distinto, así como también actuar desde una burbuja defendida con muros.

En los partidos comunistas ha predominado la idea de gobierno de partido único; de verticalismo en la sociedad y desde luego en el propio partido; en sus filas ha prevalecido la idea y sentimiento de que siempre tienen razón, puesto que dominan las leyes de la historia; históricamente han practicado el oportunismo y el utilitarismo. Los partidos comunistas, abusan de ideas preconcebidas y dicen tener explicación para todo. Un partido comunista equipado con definiciones absolutas del marxismo es un regreso al pasado. l

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo