Es lo que tiene eso de celebrar a fecha fija. Que a la larga el motivo de la celebración va perdiendo fuelle, el personal se dispersa y la fiesta queda ahí, como de cartón piedra y conmemorado con solemnidad pero sin pasión. Aberri Eguna, desde 1932, es la celebración de la Patria Vasca, de la conciencia colectiva de sentirse pueblo, o país, o patria. Quien lo instituyó en 1932, el PNV, dejó de celebrarlo de modo patrimonial, primero porque bien pronto quedó afectado por la escisión y segundo porque la guerra y el franquismo lo convirtieron en una fecha de alto riesgo.
A día de hoy, estoy convencido de que un sondeo sociológico riguroso mostraría un escaso interés por el concepto patria en el sentido entusiástico del término, como la tierra natal de uno/a a la que le unen vínculos jurídicos, históricos y afectivos. Hoy día el personal se mueve, viaja, conoce, alterna, intercambia y, por si eso no bastase, se sabe súbdito abrumado de altas e irreconocibles superestructuras que le condicionan la vida y, en el peor de los casos, las costumbres. La patria como término trascendente, a fin de cuentas, queda a merced de los exaltados para blandirla como arma arrojadiza.
Aberri Eguna, conmemorado cada domingo de Pascua como si necesitara de una resurrección anual, ha estado sometido a las metamorfosis inevitables de los tiempos y las necesidades. Las nuevas generaciones se van acostumbrando –o resignando– a que sea una fecha casi aislada en el conjunto de las breves vacaciones escolares y laborales de primavera. Eso los que se enteran, porque para muchos pasa desapercibida. La conmemoración de la patria vasca, a día de hoy, se deja ver por una leve exhibición de ikurriñas, alguna aislada manifestación y, con más intensidad en fechas electorales como las que vivimos, profusión de discursos y declaraciones de líderes políticos abertzales. Al día siguiente, los medios dan cumplida información de las frases más destacadas, o más osadas, de lo expresado ante un público tan incondicional como escaso.
Los que tenemos una edad solemos caer en la tentación de la nostalgia, que para algunos puede llegar a ser satisfactoria, incluso soberbia. Y corremos el riesgo de pensar en que era entonces, siendo protagonistas, cuando con más conciencia colectiva se reivindicaba la Patria Vasca, que era entonces cuando el Aberri Eguna tenía sentido sencillamente porque estaba prohibido y se defendía esa patria desde la épica. En defensa aguerrida de esa patria se convocaba clandestinamente el Aberri Eguna, primero el PNV en solitario y en un lugar concreto; después las nuevas organizaciones abertzales, desde la izquierda, convocaban por su cuenta y en lugares distintos a multitudes convencidas de que la calle era suya. Como punto en común, la misma represión y los mismos palos sufrían tanto unos como otros. Después venía el balance de los golpes recibidos y el contaje de detenidos. Y, eso sí, el recuerdo heroico de la jornada y la reafirmación de la patria sin nación por la que se habían enfrentado a los fascistas de verse, de gris o de paisano. Por esa patria sin estado, muerto el dictador, se unían en consigna y en pancarta ciudadanos vascos a quienes su ideología progresista y no precisamente abertzale les estimulaba al respeto hacia quienes se veían privados de su justa reivindicación.
Hoy queda lo que queda. Estar atentos a lo que digan los líderes que, sin ninguna duda, continúan reivindicando la patria y pidiendo que les votemos para que hagan verdad eso de que Euskadi como patria de los vascos sigue viva incluso en la globalización.