comienzos del pasado siglo, los astilleros de Belfast, capital de Irlanda del Norte, eran elogiados en todo el mundo por crear los mejores barcos que surcaban los océanos. De ellos zarpó el célebre Titanic en 1912. La ciudad estaba muy orgullosa de su industria naval. También hubo un tiempo en que a los católicos de Irlanda del Norte se les negaba el derecho a trabajar en ellos. Si por alguna extraña circunstancia accedían a ello, siempre era en los trabajos más duros y peor pagados. El sueldo era bueno, demasiado bueno para que los católicos, que se habían mantenido neutrales en la Segunda Guerra Mundial, pudiesen disfrutar de él.
Los católicos, mayoritariamente partidarios de la unión con sus vecinos de la República de Irlanda, ocupaban los últimos lugares en los escalafones sociales; parecían vivir de prestado en un país que también era el suyo. La mayoría protestante de lealtad inquebrantable al Reino Unido y a su monarquía dominaban un país que hoy no llega a los dos millones de habitantes.
Luego vino una vorágine de violencia que enfrentó a las dos comunidades durante más de cinco décadas dejando un reguero de muerte y dolor. Republicanos y unionistas se mataron con la misma crueldad y con los mismos acentos. Ha pasado ya un tiempo. El futuro parece mejor. Pero en la primavera húmeda de Irlanda del Norte la lluvia no ha apagado del todo los rescoldos del odio.
Esta mañana al ver la imagen de Mary Lou McDonald y Michelle O’Neill ambas dirigentes del Sinn Féin, republicanas y partidarias de la unificación de las dos Irlandas, me he tenido que frotar los ojos. La imagen que proyectaban las dos mujeres queda muy lejos de la que mi retina ha guardado durante muchos años de los militantes y dirigentes del partido. Corren aires nuevos en la dirección republicana. Y corre, cómo no, la sensación de que tras muchos años de sufrimiento y penuria, los republicanos irlandeses están más cerca que nunca de unos de sus principales objetivos: un referéndum que permita a los ciudadanos del norte de Irlanda hacer un futuro político en común con sus vecinos del sur. En el activismo armado republicano las mujeres tenían un rol muy limitado. En la política, lo están ganando todo: Mary Lou McDonald, presidenta del partido, obtuvo el mayor número de votos en las elecciones generales de la República de Irlanda hace casi dos años.
Pero no nos engañemos, los partidos unionistas, favorables a la permanencia de su país en el Reino Unido, siguen ostentando de momento la mayoría de los votos. La derrota en estas elecciones autonómicas ha sido humillante. Divididos en su radicalismo, el líder del Partido Unionista Democrático, Jeffrey Donaldson, quiere que el Protocolo de Irlanda, el pacto firmado por Londres y Bruselas, y gracias al cual se pudo sacar adelante el Brexit, sea anulado. Los unionistas perciben que el acuerdo los aleja todavía más del Reino Unido. Se respira rabia y encono entre los unionistas. Muchos de los votos del Partido Unionista Democrático han ido a parar a la Voz Unionista Tradicional, una escisión del primero y que se opone a cualquier forma de compromiso con los republicanos.
La gobernanza del Sinn Féin no va a ser un camino de rosas. Según quedó estipulado en el Acuerdo de Stormont de 1998, republicanos y unionistas deben gobernar de manera conjunta. Es una forma de evitar que una de las dos comunidades se quede sin poder político. A la ganadora, Michelle O’Neill, le corresponde ocupar el puesto de ministra principal del Gobierno Autónomo. Queda por ver la respuesta de los unionistas que quieren ahora azuzar al Gobierno de Boris Johnson, como si éste no tuviera ya suficientes problemas. Por otra parte, una gran mayoría de los habitantes de Escocia, Inglaterra y País de Galés ve la situación de Irlanda del Norte cada vez con mayor distanciamiento. La comunidad unionista es percibida en muchos casos como la de unos fanáticos sectarios que se empeñan en ser más británicos que ellos.
Lo que es constatable es que el Sinn Féin ya no da miedo a la clase media. Abandonada la lucha armada por la organización que durante años fue su brazo militar (IRA) y con un mensaje conciliador, las representantes republicanas han adquirido experiencia y se centran ahora en las prioridades de los ciudadanos de la calle: trabajos, educación, sanidad y vivienda. Nadie duda de que el referéndum se llevará a cabo, pero sin prisa.
Quizás no sea ninguna casualidad la imagen de Mary Lou McDonald, la líder del Sinn Féin, y de Michelle O’Neill, ahora ya ganadora de las elecciones autonómicas, avanzando triunfalmente en el Titanic Exhibition Centrede Belfast, el edificio más icónico de la ciudad, y en el que sus padres y abuelos nunca hubieran podido entrar. Ellas lo han logrado ahora, unas cuantas décadas más tarde.
Las republicanas han ofrecido diálogo. Rechazarlo sería un mal paso para los unionistas y para Irlanda del Norte. l
* Periodista