ra un día luminoso y frío de abril, y en los relojes daban las trece horas”. Así comienza la novela 1984 de George Orwell que describe de forma hasta hoy insuperable las manipulaciones de los dictadores para alcanzar y mantenerse en el poder. El protagonista, Winston Smith, funcionario del “Ministerio de la verdad”, conocerá desde dentro la gigantesca subversión que supone llamar paz a la guerra, libertad a la esclavitud y fuerza a la ignorancia. Lo mismo que hace Putin con sus súbditos. Sin esa manipulación Putin no habría podido invadir Ucrania sirviéndose de la acusación de que su gobierno estaba formado por nazis, ni mandado a la guerra a soldados a los que se les permite, como a las tropas japonesas durante la guerra contra China (1937), la Política de los Tres Todos: “Matar todo, saquear todo, quemar todo”.
Tuvimos un anticipo de lo que ahora estamos viviendo cuando las fuerzas rusas y contratas de mercenarios sostuvieron en Siria a sangre y fuego el régimen genocida de Al Assad. Este día luminoso y frío de abril, no sé si a las trece horas, las mismas fuerzas invasoras están penetrando en la fábrica siderúrgica Azovstal de Mariúpol, último reducto de la resistencia ucraniana que sufre el destino de los héroes que hacía decir a Enrique V de Inglaterra (W. Shakespeare): “¿O, culpables en la defensa, serán así destruidos?”. Los más débiles, niños, ancianos y pobres, han sido los primeros en morir, los que con frialdad llaman los estrategas “daños colaterales”. Ahora les toca a quienes les defendían, por eso mismo destruidos. Hombres y mujeres a los que se puede llamar de veras valientes pues sabiendo lo que tiene la vida de dulce y terrible siguen adelante enfrentándose a lo que venga.
El presente produce angustia, y el futuro se hace más y más difícil de conocer. Uno no puede mirar largo tiempo a un abismo sin que el abismo mire dentro de uno mismo (Aforismo 146 del Más allá del bien y del mal, F.Nietzsche.) y el abismo abierto por Putin, y como él quienes creen que la moral y la política son incompatibles, han dividido el mundo con una línea roja de maldad jubilosa. Son ese tipo de gente, miserables hipócritas que gestionan su mala conciencia desde el orgullo más cerril.
Les identificaréis con facilidad, pues llaman conflicto a la invasión de Ucrania, consideran que el responsable último de ese conflicto es Occidente por su política de “cerco estratégico” a Rusia con la Unión Europea y la OTAN como dogal, y sostienen que al fin y al cabo Rusia y China no son otra cosa que el necesario contrapoder a Occidente dentro de una estrategia en búsqueda de la paz y un nuevo orden mundial.
Gentes hipnotizadas por cada soplo de teoría, asentados en cómodos sillones desde su casa, aquí mismo en Euskadi, pues vecinos nuestros son, que siguen porfiando en si fue Ucrania la instigadora, de la misma manera que los rusos, entonces socios de los nazis, afirmaban que Polonia provocó la intervención alemana que dio lugar a la II Guerra Mundial. Gentes como los que han firmado el manifiesto Peace Now el lunes publicado en las páginas de Deia.
Un pueblo puede verse abocado por la desventura a una existencia tan confusa que ya no es vida sino pura necedad. Una entropía negativa, un enorme despliegue de patrioterismo y ceguera que acabarán en caos y desorden. Ese será el destino del pueblo ruso que intuye lo suficiente para comprender que es mejor no saber nada. Ahora parecen haberse quedado dormidos al volante si nos creemos -yo sí lo creo- el apoyo abrumador a la “operación especial” de Putin contra Ucrania -nuevamente el Ministerio de la Verdad- que las encuestas rusas proclaman. Pasará un tiempo, pero será inevitable que el pueblo ruso se enfrente críticamente con su pasado, que es nuestro presente, que se esfuerce por conocer, digerir y asumir lo que está ocurriendo en Mariúpol y en toda Ucrania.
Simone Weil, la filósofa judía laica, convertida al cristianismo, que había luchado en la Columna Durruti durante la guerra civil española, sostenía que “en el hombre solo hay un grano de mostaza y de gracia pues la gracia y la bondad son diminutos cuando se los compara con la maldad del mundo”. Y la maldad anida en el corazón de Putin quien no tiene reparos en utilizar el mal como medio para “liberar” al Donbás de la “maldad” ucraniana.
La vida avanza hacia la muerte a cinco mil latidos por hora. En Mariúpol, mucho más rápido. Sus defensores, “culpables” de su defensa, corazones valientes desbocados, se despiden de la vida entre un estrépito de bombas, una nube de pólvora y sangre y barro que les llega a los tobillos. Veo en ello un sentido de lo sagrado. Nada espero de las vacías contriciones que sin duda vendrán de quienes tienen prohibido equivocarse, de los tristes descubridores de los acontecimientos pasados que fueron incapaces de ver cuando los tenían frente a sus narices.
Mientras escribo estas líneas Rusia anuncia una nueva fase de su intervención para “liberar todo el Donbás”. Más guerra injusta, porque es injustificado el recurso a la guerra para ocupar un territorio sobre el que no se tiene jurisdicción; más guerra injusta, por la conducta de las tropas rusas desde el inicio de las hostilidades; y más guerra injusta por los objetivos que pretenden: la definitiva anexión de Crimea, ocupación del Donbás, de la franja litoral del mar de Azov y enfeudamiento de Ucrania.
La guerra defensiva de Ucrania contra Rusia no es, no será una guerra en vano, es una guerra justa que por tanto urge ganar pues son la vida humana, la libertad de los ucranianos y la independencia de su país lo que están en juego.
Mariúpol nos interpela, el destino de sus defensores es el fiel de la balanza de nuestra conciencia, nos sopesará y encontrará pesados a quienes distinguimos al agresor, y livianos a quienes se emboscaron entre mil coartadas fugitivas para no decir que Putin invadió Ucrania, como antes los nazis Polonia.
El martirio de Mariúpol convertirá la guerra en Ucrania en la guerra de todo el pueblo de Ucrania. La necesidad de armas y ayuda sin restricciones para que el pueblo de Ucrania se defienda y gane la guerra nos obliga a ayudarles a quienes compartimos su justa causa. Salvo que creamos que los defensores de Mariúpol, el pueblo ucraniano, es culpable de su propia defensa, la historia al revés, el Ministerio de la Verdad. Orwell, un profeta del presente en un día luminoso y frío de abril cuando caían los últimos de Mariúpol.