ocas personas dudan del desprestigio de la política y de los políticos, algo que viene de lejos. Es corriente escuchar la cantinela de que “todos los políticos son iguales”, “no luchan por ideas sino por sus prebendas” o que solo les importan los sondeos. Conviene recordarlo porque llevamos tiempo asistiendo a un rosario interminable de noticias sobre corrupciones varias en los que los imputados son políticos o sus familiares. El saqueo ha llevado al hartazgo y al descrédito de la actividad política en su conjunto ante el desprecio a los intereses generales de muchos cargos electos.
Es cierto que toda generalización acarrea injusticia, pero hay que ver el daño, por un lado, de la ambición desmesurada con tal de lograr la anhelada cuota de poder que satisface vanidades y frustraciones. Y por otro, la envidia que surge a borbotones en cuanto un político acierta logrando beneficios sociopolíticos para la mayoría. Cuando Michel Rocard renunció a la dirección del Partido Socialista francés (1994), dijo de la política que “las divisiones reales en pocos casos nacen de las ideas, sino de las ambiciones, nostalgias y segundas intenciones”.
¿Qué ha sido de la “ciencia de la convivencia humana” (Unesco)? Pues salvando a muchos políticos honrados, alcaldes y concejales que incluso no cobran, a parlamentarios que trabajan lo indecible por llegar a acuerdos... estaríamos ante un gran cinismo, una mezcla de lo que Kant definió como la habilidad para adaptarse a todas las circunstancias y lo que Stanley Baldwin, tres veces primer ministro inglés, no tuvo rubor en confesar que prefería ser un oportunista a favor de la corriente antes que hundirse bajo el peso de sus principios.
A veces el cinismo es tal que algunos políticos no son conscientes de que administran un capital que no les pertenece, del que sólo son gestores; creen que sirven al poder que les ha puesto o solo piensan en su interés personal. El capital que gestionan es prestado, es la democracia con sus instituciones y sus principios, sus valores nacionales y sociales... Se trata de un capital simbólico difícilmente cuantificable, pues no se puede medir única y exclusivamente en términos monetarios; ni siquiera sólo en términos cuantitativos. ¿Cuánto vale el buen funcionamiento de unas instituciones como las vascas? Seguro que es una cifra sorprendentemente elevada.
La vida política es un buen reflejo del nivel social de cada país. En Hegoalde tenemos un sistema foral complementario al municipal y al autonómico cuyos contrapesos en el control de la gestión y las políticas consolidadas de pactos dejan menos espacio para el mal político que infesta el patio político estatal. Creo que la idiosincrasia política de la CAV y en parte en Navarra facilita una menor percepción social del bajo nivel de confianza en los políticos y en las estructuras que los sustentan, corrupción incluida. El problema es grave cuando este déficit -de confianza- se ha afianzado en las instituciones del Estado; y más grave aún, en la propia democracia.
Incluso algunos ya se comportan como si sus rivales políticos fuesen ilegítimos favoreciendo la crispación y el desprestigio de la gobernabilidad. Esto que pudiera beneficiar políticamente a corto plazo, a la larga perjudica al conjunto; ejemplos, sobran y la prueba del algodón no falla en la creciente abstención de los votantes.
Pero sin política no hay democracia, aunque aquella sea de segunda división y los peores dirigentes utilicen el ventilador para salpicar su inmundicia a todos. Las dificultades propias del sistema democrático hunden sus raíces en el respeto a la mayoría. Los atajos totalitarios que proponen gentes que pululan en los extremos nunca tienen consecuencias para el bien común. La última vez durante casi cuarenta años, lo que no parece frenar a quienes se afanan en revertir las instituciones democráticas con miras a instaurar un pleistoceno de la política.
No es justo generalizar lo negativo si no perdemos de vista que no habrá libertad sin la política en democracia. Por eso es de agradecer la iniciativa que surgió en 2013 para crear un sello vasco de calidad que acredite el buen hacer de los partidos políticos evitando prácticas no democráticas y corruptas en su actividad. Existen sellos de calidad y gestión avanzada en numerosas actividades... pero aun no ha salido adelante el de excelencia política. Con la falta que nos hace. * Analista