la esperanza ganó al miedo”. He leído muchas veces esta frase desde que el domingo pasado el candidato Gabriel Boric ganó las elecciones presidenciales de Chile. Y un servidor, que desde que vivió en aquel país de Latinoamérica tiene un ojo puesto allá, no ha podido dejar de darle vueltas al simbolismo que encarna esa frase.
Los chilenos debían elegir entre un candidato de izquierdas y un candidato de ultraderecha. El primero, suponía una ruptura con el pasado; el segundo, una marcha atrás que a muchas personas les podía retrotraer a la dictadura de Pinochet. Los chilenos se movilizaron para votar en unas elecciones que han acabado siendo las de mayor participación desde que el votar dejó de ser obligatorio.
Quizá este hecho parezca algo secundario, pero no lo es para un país que lleva arrastrando desde hace décadas parte del legado de la dictadura pinochetista. Muestra de ello son algunas de las leyes que aún continúan en vigor, que fueron directamente heredadas de la propia dictadura.
Cuando me instalé en Chile debo admitir que tuve miedo. Llegaba a un país del que lo desconocía casi todo. No sabía qué tipo de sociedad me iba a encontrar en aquel país del fin del mundo. Llegué a la universidad, y me encontré con una juventud luchadora, totalmente comprometida con el derecho al aborto, el feminismo, el colectivo LGTB... Una generación que quiere mirar a un futuro basado en la justicia social donde no se deje atrás a nadie.
Pero Chile no es un país uniforme. Como cualquier otro, es plural y acoge en su seno diferentes realidades. En Santiago mismo tuve la oportunidad de conocer a gente de comunas más pudientes. Las mismas comunas en las que este domingo el más votado fue el candidato de ultraderecha. Personas adineradas, de corte más conservador. Algunas de ellas verdaderas nostálgicas de la dictadura militar chilena.
Ni siquiera la identidad de los chilenos es la misma a lo largo de todo el país. Desde el morro de Arica hasta la patagónica Punta Arenas, pasando por el camino por Atacama o Valdivia, el próximo presidente deberá liderar un país plural y dividido, que se encuentra sumido en una total polarización.
Las protestas de otoño del año 2019 dejaron en evidencia la necesidad de dejar atrás de manera definitiva la Constitución promulgada por el dictador en 1980. Los ciudadanos eligieron en el plebiscito de 2020 que debía iniciarse el proceso de redacción de una nueva constitución para el país, y que esta labor recaería en una Convención Constitucional. Es decir, ciudadanos elegidos expresamente para ese fin serían quienes redactarían el nuevo texto.
Chile necesitaba un cambio político que anteriores dirigentes no habían logrado conseguir. Quizá de ahí que el candidato ganador, Gabriel Boric, sea ya el presidente con mayor número de votos de la historia de Chile. Esto demuestra lo importante que es generar ilusión y esperanza en una sociedad abatida y hastiada de gran parte de la clase política.
Y es que en Chile pueden apreciarse también ciertos tics que a muchos nos pueden recordar a situaciones parecidas del estado español. Ambos estados han vivido dos dictaduras. La chilena de menor duración, pero más reciente; la española, anterior en el tiempo, pero que duró más del doble de años que la latinoamericana. Al igual que ocurre en el caso español con la dictadura franquista, en Chile yo también he visto disturbios un 11 de septiembre, día del golpe de estado, por parte de los partidarios de la dictadura. También he visto manifestantes por las calles de Santiago ensalzando el régimen militar con la imagen del dictador en sus manos. También Pinochet murió impune. Como Franco.
El freno puesto al candidato de ultraderecha chilena, que más de una vez había reconocido tomar como referencia el legado pinochetista, no solo es una buena noticia para el país andino. También es una barrera contra la ultraderecha en el resto del mundo. Si bien la situación y la realidad de cada país es diferente, siempre existe un riesgo de contagio a escala mundial. Lo que ocurre a más de 10.000km de distancia de donde vivimos también puede tener su réplica en nuestra realidad política más cercana.
A veces cuesta mirar más allá de nuestro propio ombligo. Tendemos a creer que el mundo gira en torno a las realidades que conocemos. Yo mismo en este artículo hablaba de “instalarme” en Chile y del miedo por saber qué me encontraría allí. Como si lo nuestro fuera lo normal y el resto de países orbitaran a nuestro alrededor. Atendamos a lo que acontece en la esfera internacional. Muchas veces son los demás, y no nosotros, quienes establecen el camino a seguir. * Periodista