erminamos un año con la sensación amarga de que no hay esperanza que valga con esta enfermedad que prácticamente durante dos años nos tiene absolutamente acogotados. Cuando pensábamos que lo peor había pasado, que la vacunación había puesto punto final a nuestras desdichas ha llegado este repunte con una nueva variante que se propaga aún mucho más rápidamente que las anteriores cepas. Los contagios se multiplican y ya resulta difícil encontrar a una persona que no haya sentido en su entorno próximo la inquietante presencia de un positivo.

Dicen quienes saben que la evolución de un virus es una consecuencia lógica. Un virus es un ser vivo que pretende sobrevivir en el tiempo prodigando su multiplicación en el entorno. Muta, por lo tanto para vencer a los anticuerpos que pretenden inutilizarlo.

Desde que surgiera esta amenaza sanitaria mundial nos enfrentamos a algo que no conocemos, que por novedoso resulta insólito incluso para los científicos. Y su combate sigue siendo, en muchos casos, una práctica continuada de prueba-error que nos acerque al comportamiento de una enfermedad que, al parecer, ha venido para quedarse mucho tiempo entre nosotros.

Las vacunas han sido un gran logro en ese panorama de inseguridad instalado. Una herramienta indispensable para ir ganando la partida a la infección colectiva pero que, a tenor de los nuevos cambios, pierde eficacia pasado los seis meses de su administración. Eso nos obligará hoy a aplicar dosis de refuerzo que mantengan la resistencia al virus. Y a que, probablemente, cada cierto espacio temporal tengamos que inocular nuevas dosis reforzadas que sirvan de barrera ante la tenacidad de un mal que se irá transformando causando efectos diferentes a los que ahora conocemos.

Incertidumbre y resistencia son las claves. El resto de medidas conocidas, basadas especialmente en el aislamiento social, han resultado efectivas en un primer estadio pandémico. Pero el aislamiento social no puede durar eternamente a pesar de que su ejercicio riguroso genere buenos resultados. Su práctica puede llegar a provocar una fatiga social —los indicios comenzamos a observar— que termine llevándose por delante todas las barreras establecidas y hasta a quienes, legítimamente desde el poder democrático, las han levantado. De ahí que en esta situación de especial presión —nuevos contagios masivos y mayor protesta ante la pretensión de condicionar los comportamientos sociales— se haga imprescindible la mesura y la templanza en la forma en la que se establezcan las nuevas medidas que hayan de adoptarse.

En este año y pico largo de pandemia, quizá por costumbre en la observación, hemos aprendido alguna cosa. Así, hemos podido identificar hitos que venían repitiéndose de manera cíclica y que los expertos han denominado “olas”. La desgraciada rutina nos ha enseñado que cada vez que la incidencia de contagios subía, el incremento de enfermos se elevaba por espacio aproximado de quince días. Luego, se producía una situación de “meseta” de propagación en el ciclo alto y pasadas otras dos semanas aproximadamente, la gráfica empezaba a descender.

También hemos identificado que la presión hospitalaria tenía un decalaje temporal de una semana aproximadamente y que la ocupación de las UCI se producía en ese retardo. Y, a continuación llegaban los decesos.

La desgraciada infección del coronavirus nos ha enseñado a reconocer tales dinámicas. Pese a ello, las personas, que somos animales de tozudas costumbres, no dudamos en cometer los mismos errores de comportamiento.

La ola de infecciones que hoy padecemos puede explicarse en la interacción social mantenida durante la semana de “macropuente” festivo de primeros de mes. Un tiempo en el que la movilidad interterritorial se multiplicó y las relaciones humanas también.

De ser así, cabe esperarse que pasadas las fiestas navideñas -con la inusitada actividad humana que en esas fechas se produce- a mediados de mes de enero tengamos una nueva explosión de infecciones. Una crisis que, esperemos, no termine por colapsar la capacidad pública de asistencia sanitaria, tensionada vorazmente durante todo este tiempo de enfermedad.

Pero hay más. Hay otro fenómeno que también se repite en estos tiempos de pandemia. Es la teoría del “ya lo decía yo”. La proliferación de “tolosabes” que invaden el espacio público. Aberronchos de toda clase y condición se convierten en virólogos, epidemiólogos y expertos áulicos contra la enfermedad.

Entre ellos, el doctor Otegi, graduado en partos y en reconocimientos a posteriori. El facultativo Arnaldo ha vaticinado que “la gestión de la pandemia está dejando mucho que desear” y ha defendido la adopción de medidas “realmente eficaces” que vayan “más allá de las publicitarias” para evitar que el “desastre” vaya “a más”. Otegi, para quien “todo el mundo preveía que iba a venir la sexta ola”, ha asegurado que a esa situación se suman otras enfermedades de esta época del año como la gripe o la bronquiolitis, por lo que es preciso adoptar medidas “realmente eficaces” que vayan “más allá de las publicitarias” como el pasaporte covid.

Al coordinador general de EH Bildu le asiste el derecho a la crítica política. Eso nadie lo pone en duda. Tiene todo el derecho en expresarse como desee para defender sus ideas. Pero, el compañero Arnaldo debería ser consciente de que cada vez que se enfunda la bata blanca encima de sus camisetas negras, está llevando la pugna política al campo de la sanidad y la salud colectiva. Y eso es una mala solución. Porque a renglón seguido de sus palabras de líder político le siguen las prácticas activistas de sus jóvenes —y no tan jóvenes— cachorros que, en competición permanente con su disidencia, se suman a las voces negacionistas llamando a la protesta y la insumisión frente a medidas legales tales como la necesidad de identificación del código de vacunación.

A este paso de pulso continuado de “activismo”, algún hiperventilado se va a pasar de frenada y va a cometer algún acto de insensatez que hasta el propio Otegi lamentará profundamente.

Otegi junto a su compañero Arkaitz Rodríguez pretendieron el pasado mes de octubre en Aiete, escenificar la “perestroika” de la Izquierda Abertzale. Pronto se vio que aquel pretendido intento de “aggiornamento” no era sino una pose, un disfraz con el que cubrir la cara real de la “izquierda independentista”. Ernai y su derivada antisistémica es un exponente más. Por cierto, resulta patético que quienes han vivido encapuchados se nieguen ahora a portar mascarillas. De esa guisa, con la mascarilla en la mano, compareció en el juzgado donostiarra, Mikel Albisu -Antza- donde había sido llamado a declarar por el asesinato de Gregorio Ordóñez.

A las puertas del tribunal, un grupo de compañeros de ejecutiva de Arkaitz Rodríguez esperaba al ex dirigente de ETA para mostrarle su apoyo y solidaridad, recibiendo a Antza con un prolongado aplauso al tiempo que desplegaban una pancarta en la que se leía: “Konponbidea eta bakea-Mikel Albisu gurekin “.

La ovación al exdirigente de ETA Mikel Albisu no ha sido la única aparición pública controvertida de los dirigentes de Sortu. La muerte como consecuencia de la grave enfermedad que padecía de Antton Troitiño, histórico del comando Madrid, fue considerada por Arkaitz Rodríguez como “un día de duelo para la izquierda abertzale”, en el que “llorar a una nueva víctima del conflicto”. Recordar simplemente que Troitiño fue condenado a 2.700 años de cárcel por 22 asesinatos.

Pero, finalmente, el indicio más revelador del significado de la “perestroika” que pretende la Izquierda Abertzale ha sido el anuncio de las personas que conformarán la nueva ejecutiva de Sortu a partir del próximo mes de enero. Junto al ya mencionado Arkaitz Rodríguez se integrarán en la dirección de la organización de la Izquierda Abertzale otros catorce dirigentes. Entre ellos destaca como responsable de orientación estratégica el último jefe político de ETA, David Pla. Y junto a él compartirá ejecutiva otra histórica de ETA; Elena Beloki. ¿“Sucesión de empresa” sin solución de continuidad?

Mijail Gorbachov diseñó la denominada “perestroika” como una reorganización del sistema socialista para poder conservarlo en el futuro. Era, por lo tanto, una estrategia para adecuar el comunismo y la URSS al futuro que le venía encima. Las contradicciones internas y la presión externa provocaron que la “perestroika” hiciera mucho más. Desde la caída del propio Gorbachov a la disolución de la Unión Soviética.

Veremos a dónde conduce la “perestroika” de Sortu. * Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV