ientras no cambie el marco legal, cualquier persona tiene derecho a no vacunarse. Pero nadie tiene el derecho de ir contagiando, menos aún a sabiendas de que no vacunarse aumenta las posibilidades de hacerlo, muy por encima de las personas que si se han vacunado. ¿Cómo resolvemos este encontronazo entre derechos? Una fórmula coherente sería que las personas que no desean vacunarse renuncien a ciertos espacios donde son un peligro 12 veces mayor que las personas vacunadas.
Al parecer, en Austria y Alemania ya han elegido un camino drástico: la vacunación obligatoria. Sólo después de que ambos gobiernos han agotado la vía de la persuasión. Una medida ante la que pondrán el grito en el cielo los antivacunas, sean de la ideología que sean. Curiosamente unos y otros confluyen, curiosamente, en la defensa incondicional de la libertad individual. ¿De qué libertad son partidarios gentes de derecha y gentes de izquierda?
Creo que la mayoría social somos consciente que, desde el comienzo de la pandemia, hemos perdido algún grado de libertades. Lo sabemos, pero de buena gana aceptamos restricciones preventivas y temporales por y para un bien mayor: la conservación de la vida.
Según estudios publicados por The Economist, desde el inicio de la pandemia las libertades democráticas han retrocedido. El mismo estudio afirma que la aceptación voluntaria de restricción temporal de libertades no indica para nada que la gente reste valor a la libertad. Simplemente se trata de una medida de autoprotección ante el riesgo de perder la vida.
Somos una humanidad frágil que requiere de una conciencia y de actuaciones colectivas. Sin comunidad no hay libertad. Por eso es preocupante la caída de la comunidad frente al libre albedrío, frente al nihilismo que huye hacia adelante predicando la supremacía de la libertad individualista. Pero lo cierto es que libertad no es ausencia de normas. Al contrario, si mi libertad llega hasta donde empieza la libertad de los demás, ello quiere decir que necesitamos de normas.
Son necesarias leyes para evitar la destrucción del planeta, del ecosistema, para impedir la destrucción de la humanidad por una pandemia. Leyes para protegernos porque la libertad nace con límites. No puedo conducir borracho, ni hacerlo por la izquierda, ni puedo ir rompiendo escaparates, o agrediendo por la calle, no puedo ir robando los bienes ajenos. ¿Puedo entonces ir contagiando porque mi opción desconsidera la salud de la colectividad?
Libertad no es hacer lo que me da la gana sino hacer de ella una oportunidad de elegir lo mejor para mí y para los demás. Ya que, si lo bueno para mí es a costa de sacrificar el bienestar del prójimo, deja de ser bueno y es sólo egoísmo e insolidaridad. Si nos desentendemos de las consecuencias de nuestros actos, aumentan las posibilidades de contagio, poniendo en riesgo nuestra vida y la de los demás. Tal vez sea bueno cambiar el relato y pasar del “sé libre pase lo que pase”, al “hagámonos libres”, seamos constructores de nuestra propia libertad, no seguidores ciegos de una consigna que en manos de la ultraderecha es un arma de caos y destrucción masiva.
La libertad requiere un orden. Hay unas reglas que hacen posible la vida en sociedad. ¿Es tan difícil entender que yo no puedo ir de karaoke a una discoteca en plena pandemia, si no puedo demostrar que he sido vacunado? En mi opinión, toda persona que se relacione con otras debe vacunarse, claro que habrá excepciones. En eso también reside la amistad, la solidaridad, el sentido de pertenencia de la especie, la idea de salvarnos todos. Sólo si nos protegemos mutuamente podremos salir de este drama. Si no lo hiciéramos así, estaríamos dando pasos hacia una libertad mal entendida que nos conduciría a la destrucción de la convivencia y a pagarlo con muchas vidas.
Lo cierto es que está planteada una lucha de ideas por hegemonizar la libertad, esto es una visión del mundo. La idea ultraliberal de la derecha coloca en la diana al Estado y a la política en general, en tanto en cuanto intervienen en el orden social y en la vida personal. Hay más libertad con cuantas menos normas, proclama la derecha. Su idea de fondo es la siguiente: la libertad es preexistente a las normas públicas y es el Estado que con su intervención la violenta. Es una gran falsedad. La libertad anterior al Estado democrático no era libertad para todos, era la del más fuerte, la del esclavismo, la del señor feudal, la del que tenía el poder del dinero, la de los dictadores.
Llevado por el deseo, durante la primera parte de la pandemia, cuando salíamos a aplaudir a los balcones, pensé que era la hora da la comunidad. Creí que la destrucción de sociedad en manos del neoliberalismo que ha hecho del consumismo y del individualismo un modo de vida, había llegado a su fin. Y pensé que siendo la vida lo que está en juego, la mayoría de la ciudadanía entendería que el covid es el espejo de nuestra fragilidad. Mi esperanza duró lo que duraron los aplausos. En poco tiempo las personas quedamos fagocitadas por el modo de vida anterior a la pandemia, para seguir siendo igual de individualistas que antes.
La derecha y sus asesores pronto observaron nuestra fragilidad y pasaron al ataque. Y abrieron el campo a una disputa del concepto de libertad que es de enorme transcendencia. La derecha, envalentonada, acusa a lo colectivo de una amenaza para la libertad. Quienes jamás lucharon por la libertad durante la dictadura se permiten acudir a la palabra liberal para disfrazar lo que realmente son: ultraliberales.
Probablemente en la inconsistencia de muchas autoridades está el origen de la falta de pedagogía. Se debería haber empezado afirmando que los derechos fundamentales existen y deben ser respetados. Y que en las circunstancias de pandemia son necesarias algunas restricciones temporales, por causa justificada, y que los derechos siguen y deben seguir vigentes. Pero ha predominado otra vía: la de crear alarma social y hasta pánico, permitiéndose bulos y la aparición abusiva de personajes esotéricos, brujos, y médicos negacionistas, en un marco de normas confusas, ambiguas, endebles y cambiantes.
Los gobernantes deben ser prudentes, transparentes, pero también firmes en la defensa de las libertades, no dejando el espacio a una derecha que manipula las emociones ondeando la bandera de la libertad. Sin complejos se debe afirmar que las restricciones en materia de libertades, cuando son el fruto de la voluntariedad ciudadana, son una virtud. Todo lo contrario que la libertad demagógica e irresponsable, resumida en alimentar brotes de contagio.
Claro que la mayoría social deberíamos responder a la siguiente pregunta: ¿De veras queremos aprender algo? Mi pesimismo fue en aumento cuando escuché decir al filósofo José Antonio Marina: “No vamos a aprender nada. Olvidamos demasiado pronto. De la experiencia se aprende solo si se quiere”. Su vaticinio es toda una señal de alarma. * Politólogo