a última película protagonizada por Javier Bardem ha recibido muchos elogios, incluido el personaje icónico que representa de un tipo de empresariado tan fascinante por la capacidad de llevar a cabo su objetivo, como despreciable por los métodos que utiliza. En realidad, se trata de una sátira mordaz envuelta en un guion inteligente que trasluce la realidad amarga tan común en una parte significativa del empresariado español, que es a quien la película trata de retratar.
Está claro que su director utiliza la acidez con cierto humor, que es el más recurrente cuando alguien pretende denunciar algo sin utilizar los tintes trágicos. El problema, me parece, es que tras la crítica elocuente por lo que tiene de verdadera, la historia puede implicar una denuncia vista como la visión de toda la realidad empresarial sin atender a que toda generalización acarrea injusticia. Los contrapuntos resultan más difíciles porque suponen una construcción más compleja dentro de la crítica y para lo constructivo hacen falta más mimbres. Lo decía Mariano José de Larra en uno de sus espléndidos artículos: El escritor satírico es por lo común, como la luna, un cuerpo opaco destinado a dar luz, y es acaso el único de quien con razón se puede decir que da lo que no tiene.
Esta sátira cinematográfica que muestra una verdad utilitarista innegable no debió caer en el recurso fácil de cierta crueldad burlona como el arquetipo de todo un colectivo; el talento no necesita de la mordacidad que se introduce en la sátira al incorporar tintes de acritud corrosiva y algo cruel que no son necesarios para lograr el objetivo de denuncia. Un objetivo que hay que reconocer, este filme lo clava. Pero insisto en el cliché de una generalización excesiva. Para que se me entienda bien, no quiero pensar si esta crítica con base bien cierta se hubiese centrado en el colectivo de los funcionarios, de los médicos o de los jueces.
La innegable miseria empresarial, allá donde esta se produzca, no colige la inexistencia de las buenas prácticas que son las que generan los modelos competitivos basados en la innovación, el empoderamiento y la gestión adecuada del talento laboral. De esto sabemos bastante por estos lares, de la inteligencia empresarial convencida -por eso es inteligente- de lo imprescindible que es la visión del negocio involucrando a las personas con valor añadido para que logren ser la mejor posibilidad de sí mismas; la empresa lo necesita y la sociedad también. Un liderazgo centrado en el corto plazo que deja a la gente extenuada, no puede considerarse un ejemplo de gestión. El liderazgo servidor del protagonista de Viaje a Oriente (H. Hesse) enseña que algunas actitudes de servicio -servicio no es servilismo- producen resultados insospechados cuando se está atento a lo que los demás necesitan, clientes, trabajadores, proveedores... Todo tiene consecuencias. Carlo Mª Cipolla recuerda que la persona verdaderamente inteligente es la que se beneficia a sí misma beneficiando a los demás. Esto es muy sensato, pues a nadie sano le gusta ser un objeto en las relaciones humanas y profesionales.
El precio resultante, en una u otra dirección, es muy elevado. El verdadero “buen patrón” no suele encontrarse en tierra de nadie, tan frecuente entre quienes se rasgan las vestiduras alarmados por la crisis de valores, y exigen más educación moral, al mismo tiempo que se comportan como si esto fuera un discurso anticuado y carente de efectos prácticos. Es cierto que han cambiado los contextos sociales, pero no la esencia: a todos nos gusta, aquí y allí, que se mantengan actuales los principios categóricos universales de Kant incrustados en la moderna ética aplicada: haz lo que quieres que te hagan, no hagas lo que no te gustaría para ti. La experiencia enseña...
La secuencia verdaderamente inteligente es la que propone Tom Peters: ganan, ganamos, ganas, gano. Abundan los escépticos, es cierto. Pero a estos hay que decirles que se den una oportunidad y se queden con el mensaje a desterrar de esta película, no con su visión universal. En caso contrario, entonces les pido que reflexionen sobre esta afirmación de Joel A. Barker, el primero que popularizó el concepto de cambios de paradigma para el mundo corporativo: Aquellos que dicen que algo no puede hacerse, suelen ser interrumpidos por otros que lo están haciendo. * Analista