l año que vivimos peligrosamente”. Me entusiasma la gran película que en 1982 rodó Peter Weir y que narraba el encuentro, en Indonesia en plena insurrección comunista contra el presidente Sukarno, entre un periodista australiano, Guy Hamilton (Mel Gibson, y un enigmático fotógrafo indonesio, Billy Kwan, curiosamente protagonizado por una mujer, Linda Hunt, cuyo inmenso papel fue reconocido con el Oscar de aquel año. Su título se podría aplicar a nuestra realidad. ¿Una Yakarta en llamas se puede parecer a España sufriendo el covid-19? 1.700.000 infectados, miles de personas ingresadas muchas de ellas en UCI, más de 70.000 muertos en apenas diez meses... Que cada cual saque sus conclusiones.
También aquí, como en la Indonesia en llamas, existen gentes ajenas al sufrimiento que ahora solo piensan en que estamos a punto de celebrar unas fiestas muy extrañas en medio de una cruel pandemia. Y el peligro de pasear por aquellas calles de Yakarta de alguna manera se asemeja al que nos exponemos al tener contactos entre diferentes unidades familiares, en los que la relajación elimina las medidas de protección, cercanía, o supresión de la mascarilla.
En ese debate entre economía, ganas de fiesta o salud, casi todos, muchas autoridades incluidas, están optando claramente por las primeras, llevando a esta sociedad sin prisa, pero sin pausa, hacia una tercera ola que todos los expertos vaticinan como mucho más destructiva y mortal. No parece que hayamos aprendido nada de lo que ocurrió tras el confinamiento, cuando entramos en el verano como un elefante en una cacharrería. Y en noviembre hemos tenido la segunda cifra más alta de fallecidos tras el mortífero abril. ¿Batirán enero y febrero esos récords?
Las normas que se aprobaron el pasado 2 de diciembre en el Consejo Interterritorial de Sanidad no conducen precisamente a frenar la expansión de la pandemia.
No es de extrañar que en Euskadi hayan decidido restringir aún más movilidad y relaciones sociales navideñas. Desde el punto de vista epidemiológico, ampliar de seis a diez personas los grupos en comidas y cenas en la fiestas, combinar prácticamente al libre albedrío las unidades de convivencia, permitir (pareciendo que prohíben) con normas que parecen un broma de mal gusto el tránsito entre comunidades, con un toque de queda excesivo a la 1.30 h. cuando Europa apunta a las 22 h., suponen una irresponsabilidad. El país que peor está de la UE al final va a ser el más permisivo. Se ve que nos va la marcha, pero a costa de sufrimiento, muerte de prójimo (o no tan prójimo) y desgaste para nuestros sanitarios.
Quizás cuando todo esto pase alguien plantee si se debería abrir juicio contra los causantes, cómplices del covid-19 que nos están llevando directos al abismo. ¿Cada presidente de Comunidad Autónoma, o presidente del Gobierno del Estado que ahora haya tomado medidas que incrementan la pandemia debería ser juzgado? Tiene fácil comprobación, por ejemplo, contrastando datos de los últimos 14 días, con los de enero o febrero de 2021. Y si las autoridades se demuestran absolutamente incapaces de tomar medidas eficaces (empezando por Sánchez y Ayuso), solo cabe hacer un llamamiento a la ciudadanía sensata y responsable, para que sigan los consejos de los expertos. Es probable que eso no sea suficiente, porque ya se ha demostrado que una minoría importante es capaz de destrozar los planes de la mayoría, tal y como vemos diariamente en los informativos, pero no es tiempo de salvar la Navidad, sino de salvar vidas. Pero quienes mandan parecen acobardados por la presión de empresarios, comerciantes, hosteleros... más la parte de la sociedad a la que le encanta bailar justo al borde del precipicio o jugar a la ruleta rusa.
Sigamos celebrando las fiestas con cuidado para poder hacerlo normalmente en 2021. Solo con los convivientes, sin más contactos extra, evitemos lugares masificados, extrememos la limpieza y las distancias, protejamos a nuestros mayores y a los grupos de riesgo... Demos una lección contundente a nuestros mandatarios insensatos ya que ellos han sido incapaces de evitar la segunda ola y nos ponen en riesgo de la tercera, hagámoslo nosotros.
Como en la película de Weir, debemos interrogarnos sobre con qué personaje nos identificamos viviendo peligrosamente, con el ciego de Guy ajeno cobardemente de la realidad que le rodea, o con ese Billy Kwan que en esa ciudad en llamas fue sus ojos. La película de Weir es dura, a veces cruel, con un final impregnado en un halo de desesperanza. La muerte de Kwan interpela con crudeza a Guy, su semblante abatido en el asfalto es de orgullo, porque él ha hecho lo que debía hacer. De alguna manera le interpela: ¿Y tú qué vas a hacer?
¿Y tú qué has hecho, qué haces, qué vas a hacer durante estas Navidades atípicas? ¿Ser profundamente solidarios con todas y todos, evitando así que nos lleven a danzar al borde del abismo? ¿Evitar así caer y hacer caer a los demás en él? ¿O al igual que Guy cerrar los ojos para ignorar el peligro? ¿Quizás como Billy hacer algo más que mirar, incluso sacando metafóricamente la pancarta desde tu ventana?
* Exconcejal y parlamentario del PSN-PSOE