os parecía tener ya una democracia voluntariosa y practicable cuando en realidad estamos asistiendo a la insustancial y arrasadora crispación con que la ultraderecha y la derecha ejercen la oposición al gobierno de España. Y es que dopados de avilantez y sofisma, el PP y Vox están volviendo enardecidos a sus orígenes, caminando hacia atrás, de espaldas al diálogo, al consenso y a la sensatez. Se afanan peligrosamente en recuperar el poder sea como sea, aunque su estrategia conlleve algo tan absurdo como la ruidosa insumisión de las clases altas, algarada indecente y preocupante, pues si el sufrimiento social de las clases más desfavorecidas se globaliza, rearma y hereda el vacío de la lucha de clases, nos va a conducir sin remisión a una fractura social de graves consecuencias. Mientras el PP hierve en pendencieras y esperpénticas asonadas que inducen a la polarización social que, como consecuencia, puede acabar en peligrosos enfrentamientos entre ciudadanos, la ultraderecha hace oposición con la arrogancia de quien amaga una eficaz munición y la insensibilidad rígida de los demócratas poco convencidos, que antaño no lo fueron y todavía hoy no están arrepentidos de no haberlo sido. Y eso suponiendo que ahora lo sean, que es mucho suponer. En los últimos meses, el PP se ha caracterizado no solo por perder la moderación y radicalizarse siguiendo el peligroso derrotero de Vox, sino que además está incorporando a la política voceros, cuya única aportación es el insulto y la mentira que vierten sin pestañear contra el adversario político. Y es que la derecha no ha puesto demasiado empeño en abandonar la retórica totalitaria, pues practica un pensamiento único, imperativo e intransigente que sigue sonando a soflama de origen ultraconservador y nacionalcatólico. Su problema es que un partido que no vive el presente lo que vive, en realidad, es su anacronismo.

Desde que Popper rompió con la ingenua creencia neopositivista en la neutralidad de los hechos, en la pureza de lo dado, y defendió que toda propuesta política está cargada de convicciones apriorísticas, hay que admitir que todo análisis es realizado desde presupuestos que impurifican los hechos realmente observados, por lo que la creencia parece estar inevitablemente presente en cada proposición política. Sin duda, la relatividad y la limitación de la ciencia política representan un importante apoyo a las tesis pragmatistas según las cuales los fenómenos pueden ser interpretados de diferentes maneras, ninguna absolutamente verdadera y todas posiblemente convincentes. Pero precisamente esta miseria filosófica nos debe llevar a la conclusión de que en situaciones de extrema gravedad, como acontece con el actual impacto económico causado por la covid-19, es éticamente necesario llegar a un pacto entre las diferentes fuerzas políticas. Hecha esta digresión que nos remite a un inevitable recato ideológico, sorprende que el PP, en un momento económico tan dramático como el actual, opte por rehuir el consenso y adopte una peligrosa estrategia de descalificación sistemática del gobierno socialista, al que atribuye, con tal de destruir su imagen, todas las ineptitudes posibles. Esta inicua sinrazón, que se rige por fuerzas ajenas a la objetividad, tiende a bloquear sistemáticamente el más mínimo atisbo del pacto que clamorosamente reclama la sociedad.

Si bien es imprescindible que exista en democracia una firme oposición que fiscalice el poder del gobierno, también lo es que las diferencias ideológicas no se radicalicen causando crispación, odio y tensiones innecesarias que obstaculizan la posibilidad de llegar a acuerdos que son muchas veces imprescindibles. La división radical entre la derecha y la izquierda no es solamente incomprensible y perjudicial, sino que, además, representa un obstáculo que puede comprometer seriamente el interés general. Si la división política contribuye a levantar dos bloques sociales antagónicos que no se hacen ninguna concesión, lo que es contrario al sentido común y a la razón, puede surgir el odio y el enfrentamiento entre ciudadanos. En la práctica, si los representantes de la derecha y la izquierda, independientemente de su legítima aspiración a gobernar y en aras del interés general, tuviesen una mayor predisposición a negociar y a llegar a acuerdos, seguramente habría mayor estabilidad y menos crispación social. Éticamente sería exigible que ambas ideologías se rigiesen por propuestas basadas en la experiencia, en la exégesis de la historia, el poder de los argumentos, en la racionalidad y en las certezas que aportan las ciencias, pues sujetos a la realidad y al positivismo es más fácil proponer respuestas útiles que den respuestas a las demandas sociales. Las opciones ideológicas deben ser claras, pero, dados los escasos márgenes de operatividad política y económica que permite la pandemia viral, no hay más opción que un gran consenso para la reactivación económica. El grave impacto sanitario, económico y social que ha determinado la pandemia de la covid-19 requiere altura de miras, dejar a un lado los intereses partidistas y llegar a un gran pacto de Estado que haga posible una reactivación económica sostenible y socialmente solidaria.

El autor es médico-psiquiatra y presidente del PSN-PSOE