En todo el frenesí de la exhumación-reinhumación del dictador toqué fondo al escuchar a un tipo proclamar en televisión que gracias a Franco hay democracia. No reproduciré el argumento porque creo que ya hemos tenido bastante propaganda exaltadora estos días. Después de oír eso, cualquier consideración sobre la oportunidad y/o gestión de la operación por parte del Gobierno de Pedro Sánchez me resulta poco relevante. No porque no lo sea o porque no pueda ser objeto de debate o crítica, sino porque hay una falla ética previa realmente desoladora tras 40 años de democracia, por muy imperfecta que ésta pueda ser. Todo el proceso vivido el jueves pasado, el paseo a hombros del féretro televisado con vivas al dictador, la bandera preconstitucional exhibida, el señor golpista paseándose orgulloso... Todo esto fue desolador. Pero lo flipante, por cínico, surrealista y falso, fue escuchar al nietísimo marcándose un alegato en favor de la libertad de prensa, con todo su rostro de cemento armado y su sonrisa henchida. Así que, al fin y al cabo, ya era hora de que el Estado se pagara a sí mismo esta deuda: una democracia no puede permitirse un mausoleo dedicado a un dictador.