Sin ánimo de ofender a nadie, creo que en este planeta hay demasiados incapaces a los mandos. No sé si será por la inercia histórica, por algún tipo de malfuncionamiento fisiológico humano o por una suerte de costumbre folklórica, pero la situación empieza a ser palmaria. Hay un porcentaje muy alto de baldragas echando un rato en las más altas instituciones de medio mundo, y eso, a la larga, sólo lleva a un camino: al desastre más absoluto. Hasta entonces, bien es cierto, su mera presencia anima el cotarro una barbaridad y propicia el mantenimiento de miles de puestos de trabajo en sectores tan dispares como el de las fuerzas armadas o el del periodismo, que está que no da más de sí analizando los desmanes de unos, los errores de otros y las ocurrencias del resto que, en conjunto, están convirtiendo a la Humanidad en el hazmerreír universal. Supongo que con sólo echar un vistazo a los titulares que dan lustre a la edición de este diario bastará para completar un listado cargado de personas y personajes a los que se les podría colgar el sambenito de mandrias o incompetentes por sus acciones, decisiones y apuestas mientras ejercen el poder ejecutivo, funciones legislativas o su derecho de pernada en el ámbito económico. No me negarán que la situación es cómicamente dramática.
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