la genial estrategia publicitaria que ha disfrazado de hazaña deportiva lo que no fue más, ni menos, que un muy vistoso espectáculo, ha logrado su objetivo con creces, porque todo el mundillo del atletismo popular ha visto u oído hablar de la gesta de Kipchoge en Viena. Logrado el impacto inicial, ahora el anunciante juega con la complicidad de quienes van a estar echando espumarajos por la boca durante una buena temporada porque no entienden la auténtica naturaleza del evento o porque quieren tomar parte con interesado cinismo en un dilema tan falso como el hito en cuestión. En todo caso, que nadie se llame a engaño, no se está intentando vender que el ser humano ha logrado bajar de las dos horas en el maratón, porque eso no era un maratón. Lo que nos quieren vender son las zapatillas que calzaba el keniano, que es capaz de correr dos horas a menos de tres minutos el kilómetro con ese calzado y casi con cualquier otro. Peor es organizar un maratón de verdad, y todo un mundial de atletismo, en un lugar en el que no se puede practicar deporte de alto nivel al aire libre, poniendo en peligro a los participantes y desvirtuando la competición por pura y simple avaricia. Eso sí que, presuntamente, tiene delito.