Malos tiempos para la mesura y la prudencia. Para la templanza. Y eso no es buena noticia. Resulta que el protagonismo -no diré liderazgo ni autoridad, que son otras cosas- acaba siendo fagocitado por políticos versados en discursos altisonantes que apelan a las tripas de la audiencia, convencidos del cuanto peor mejor y de que todo vale si se trata de su objetivo; y por violentos callejeros -no los llamaré manifestantes- cuya única aportación a nada es la destrucción y que, en esa lógica de destruir, bien poco les importa que su supuesto fin acabe manchado. Son tiempos de incendios y de acelerantes, porque muchos parecen encontrarse más cómodos o ver más rentable -duro también en muchos sentidos aplicar el concepto de rentabilidad a la res pública- la confrontación en términos de victoria-derrota o de victoria solo entendida como la derrota del enemigo. Como si la victoria solo fuera eso... o como si la victoria fuera eso. La templanza, la mesura, la prudencia son complicadas... no digo nada la ardua tarea de escuchar. Muchas veces estas actitudes se confunden con melifluidad, equidistancia, incluso con cobardía y en el fragor de la batalla la confusión -no siempre inocente- acaba hablando de traición. Es lo que hay.