En cualquier ciudad pasa. Abres el suelo de la zona fundacional y menos extraterrestres -aunque existe una corriente mundial que se llama Teoría de los Antiguos Astronautas que diría que también se pueden encontrar vestigios del más allá- va a aparecer de todo. No hace falta ser muy listo para saberlo. A partir de ahí, puedes hacer como se ha actuado muchas veces -y me acuerdo aquí del cercano caso de Pamplona hace unos años con el parking de la plaza del Castillo-, es decir, mandarlo casi todo a freír espárragos y poner la utilidad del presente por encima del valor del pasado. La otra forma de hacer pasa por cuidar lo descubierto, ver la mejor de las soluciones (que no siempre pasa por dejar lo encontrado donde estaba en el origen), estudiar y catalogar, y, en la medida de lo posible, difundir. Lo dificultoso en ambos casos es no dejarse llevar por las voces que se creen en la posesión de la verdad y de los políticos a los que les gusta más un titular que cualquier otra cosa. Y es un problema porque pasada la atención mediática, el personal empieza a actuar de otra manera, como lo ha hecho, por cierto, hasta hace tres días cuando cualquiera sabía que debajo del suelo estaba la piedra y algunos alertaban de la posible existencia de un patrimonio que ahora todo el mundo reivindica.
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