es moda ahora y probablemente lo ha sido siempre sostener que nuestros niños y niñas están sobreprotegidos por padres y madres helicóptero que impiden a sus hijos ser autosuficientes, que les coartan el derecho a aprender a frustrarse, que están dejando para el futuro una generación de inútiles e inadaptados abducidos por su teléfono inteligente. Algo de eso hay, no lo vamos a negar, incluso puede que sea un problema generalizado, pero si no en lo cuantitativo, en lo cualitativo es mucho más grave el desamparo que sufren muchos menores delante de nuestras narices sin que su entorno se entere o, lo que es peor, sin que quiera enterarse. El patio del colegio sigue siendo hoy una escuela de vida, gregarismo y autodefensa, y en los servicios sociales saben que hay muchas casas que no se pueden definir como un hogar. En la vida hay que aprender a levantarse y para eso es necesario que te dejen caer de vez en cuando, pero mucho más importante es llegar a la edad adulta sabiendo que en nuestro interior guardamos el recuerdo de una infancia más o menos feliz, el refugio inexpugnable en el que podremos atrincherarnos cuando venga viento de proa. Si los palos, en el cuerpo o en el alma, los recibimos antes de aprender a multiplicar, tendremos que hacer frente al temporal a pelo.