Han pasado ya muchos años, pero todavía me acuerdo del ruido que hacía el hielo al moverse. Una de las experiencias más impresionantes de mi vida fue cuando pudimos estar en el glaciar Perito Moreno, en Argentina. Algo de otro mundo. Si algo nos pidieron desde el segundo uno que llegamos allí fue que, ante todo, fuéramos muy respetuosos con el lugar porque ya entonces allí los efectos del cambio en el clima se estaban notando. Aun así, fue fácil encontrar envoltorios de chucherías, restos de bocadillos, bolsas de plástico y otras mierdas por el estilo. Hablamos mucho del cambio climático. Incluso nos manifestamos o nos alegramos de ver cómo algunos jóvenes lo hacen. Pero lo cierto es que no cambiamos en nuestras prácticas diarias. Tampoco las instituciones. Dos ejemplos rápidos vividos este verano en primera persona. Feria de Santiago. Gasteiz. Compré en varios puestos. En todos me quisieron dar bolsa de plástico aunque yo llevaba la mía de otro material. Sólo en un puesto, el baserritarra me dijo: no tendría que darlas. En el llamado Mercado Medieval del otro día en Vitoria, más de lo mismo. Salvo donde compré pan, en el resto todo fueron bolsas de plástico. Son solo dos ejemplos, que reciben dinero público, de que, en realidad, somos de mucho lirili pero poco lerele.
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