Si fuéramos un poco honestos, admitiríamos que era bastante previsible que, cuando parece que por fin, al menos por este cuarto de hora, lo que antes fue cambio climático y ahora es emergencia climática ha entrado en la agenda política, institucional, económica, social y mediática, acabaríamos enredados en debatir en torno a la figura que, ciertamente, ha dado un impulso notable a esta exigencia. Así, haciendo bueno una vez más lo del dedo y la luna, y sospecho que para regocijo de alguienes, la cuestión acaba siendo Greta Thunberg. Y quizá conviniera recordar y subrayar que esta chica es una menor y, por lo tanto, merecedora de una especial protección, consideración y respeto. Porque desde el vergonzoso desdén despreciativo y paternalista de Donald Trump hasta los comentarios -algunos realmente duros- oídos y leídos estos días sobre su papel y su discurso, creo que el interés fundamental de algunos ha sido fijar la mirada en ella y despiezarla como medio para desacreditar el auténtico objetivo: la emergencia climática contra la que ella, es cierto, ha conseguido movilizar a mucha gente. Pero atacar a una niña es más fácil que admitir que el cambio climático y sus consecuencias son ya una realidad. Lo dijo el secretario general de la ONU -poco sospechoso-: “Nos estamos quedando sin tiempo”.