no sabe (ignorante) y aún así presume de que sabe (necio). Una combinación explosiva y delatadora que deja en evidente mal lugar a quien exhibe su catetismo en público siendo, además, el presidente de la primera potencia mundial. El discurso de Donald Trump el pasado 4 de julio parapetado detrás de un cristal y presumiendo de tanques y aviones de combate sobre el cielo de Washington fue seguido a medias, menos mal, por los miles de estadounidenses que habitualmente aprovechan el señalado día para ir de picnic en torno al estanque situado frente al monumento a Lincoln. Aparte de recuperar un inquietante tono militarista en el fondo y en la formas de la inusual arenga a la población, Trump alardeó de que los rebeldes americanos habían tomado el control de los aeropuertos en manos de los británicos durante la Revolución Americana de 1775 cuando lo cierto es que el primer viaje en avión sobre cielo de Estados Unidos no tuvo lugar hasta 1903 a manos de los hermanos Wright. También erró al situar en las mismas fechas la batalla emprendida para hacerse con el fuerte “McHendry” (en realidad se llama McHenry). En fin, una prueba más de que a menudo nuestro destino está en manos de botarates. Un poco de miedo sí que da.