La jornada de ayer estuvo cargada de indicios. La reunión entre el president catalán, Joaquim Torra, y el presidente español, Pedro Sánchez, más allá de su formato, composición o denominación; el fin de la huelga de hambre y su llamada a la protesta pacífica hoy de Jordi Sànchez, Jordi Turull, Josep Rull y Joaquim Forn, a quienes previamente había visitado con la petición de que la abandonaran el presidente del EBB del PNV, Andoni Ortuzar; la firmeza en los principios pero flexibilidad en los tiempos que Jordi Sànchez hace patente en la entrevista que hoy publica DNA; el apoyo de ERC y PDeCAT a la aprobación del techo de gasto del Gobierno de Pedro Sánchez... Por primera vez en casi cuatro años la política en Catalunya -y del Estado respecto a Catalunya- dibuja gestos que deberían ayudar a abrir un diálogo imprescindible. Esperar acuerdos concretos de la reunión entre Torra y Pedro Sánchez o dejación de fundamentos ideológicos era y es utópico. Pero a estas alturas no se trata de eso, sino de conjugar posibilismo y apostar, como hace el comunicado conjunto,por vías de diálogo y seguridad jurídica. Porque fue la negación del diálogo mientras en el Estado gobernó el PP y las actitudes encaminadas a impedirlo las que provocaron los apresuramientos del procés y una situación que hasta ayer mismo -y quizá todavía hoy pese a las llamadas a la protesta pacífica- era de enquistamiento cuando no de peligro de enfrentamiento. Y el simple hecho de que ambos ejecutivos, aun enzarzados en discusiones previas sobre el carácter bilateral de la cita, traten de establecer unos cauces de relación es ya un paso que solo quienes únicamente miran por intereses espurios traducidos al mero conteo electoral pueden tratar de impedir a través de la crítica populista. No es casualidad que ayer mismo Ciudadanos presentara una querella contra el Govern y Torra por “proposición a la sedición”. O que desde el PP se catalogara la reunión de “humillante” y de “claudicación”. Son conscientes de que el deshielo entre el nacionalismo catalán y el socialismo español supone dosis de la estabilidad que ellos tratan de minar desde antes incluso de las elecciones andaluzas. Porque, aunque tampoco se trata de eso, la estabilidad es premisa imprescindible para el diálogo y la búsqueda de soluciones al problema histórico de la incardinación de la realidad de Catalunya -y de Euskadi- con el Estado.
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