La cosa empezó hará cosa de un mes por un artículo en Tiempo sobre la princesa de Asturias, de once años. El reportaje glosaba los gustos de la niña, y subrayo lo de niña por aquello de que por muy heredera de la Corona que sea es también menor de edad. “Lee a Stevenson y Carroll, le gustan las películas de Kurosawa, domina el inglés...”, subtitulaba en portada. No hizo falta ni cuenta atrás, tres, dos... para que Twitter se dividiera entre quienes no se creían ni de coña lo de los gustos literarios cinéfilos de la menor, los que no se lo creían y además se descojonaban y aquéllos a los que, creyendo o no, les parecían fatal, que también incluían el subgrupo de descojone. Hace unos días, un profesor publicó en El Mundo un artículo titulado La niña que sabía demasiado en el que, entre otras consideraciones, se lamentaba: “En más de una ocasión he visto a alumnos ocultar sus lecturas con el mayor de los apuros con objeto de evitar burlas crueles”. No seré yo quien diga qué les gusta a los niños de once años -¿a todos les gusta lo mismo?-, ni qué les tiene que gustar, ni siquiera si de verdad a esta niña le molan La isla del Tesoro o Los siete samuráis. Yo no leía a Carroll ni veía pelis de Kurosawa, pero sí leía a Stevenson o a Walter Scott. Aún lo hago de vez en cuando. No me parece el fin del mundo. De hecho, me parece de lo más saludable.
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