Quizás obedezca a la acumulación de los años escuchando teorías parecidas a gente de idéntica condición y similares intenciones. Pero el caso es que debido a ésa u otras circunstancias, mi endeble intelecto ha logrado cultivar y desarrollar un superpoder. No es de los que gastan los héroes musculados y embutidos en mallas de la factoría Marvel, pero me sirve, y mucho, para adecentar el espacio que aún no se ha malogrado en mi sesera. Se trata de la capacidad para ser descreído ante toda presunta y eventual acción de gobierno que se camufla detrás de rimbombantes nombres de planes, proyectos e iniciativas. Cuando estos surgen de la boca del político de turno, se desata en mi interior un proceso de transformación acompañado por las notas deslavazadas de una música épica de fondo -esto último, quizás, sólo sea fruto de mi imaginación-. Se activa entonces esa capacidad interna que me permite desgranar con cierto tino los trucos de marketing que sólo buscan titulares a mayor gloria del prefecto que los capitaliza de las actuaciones reales. Y es que, tras años de juntar letras y escuchar a unos y a otros, sólo hace falta comprobar cuántos de esos eslóganes se han convertido en realidad tras deambular por comisiones, ponencias, reuniones, grupos de trabajo o ruedas de prensa.
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