Anda la Villa y Corte entre consternada y gozosa, especulando, lamentando, glosando y/o pontificando sobre la requetecontracomentada ausencia de Juan Carlos I del acto conmemorativo del 40 aniversario de las elecciones de 1977. La cosa ha merecido incluso editoriales en los medios madrileños. La noticia ayer no era la celebración de la efeméride. Ni siquiera, hilando fino, la noticia era la ausencia del rey emérito; ayer la noticia era que Juan Carlos I está molesto, dolido, mosqueado... Hay dos teorías sobre la razón que llevó a Casa Real a no considerar su presencia -porque sí hay consenso en que esta decisión viene de Zarzuela-. La primera la atribuye a un cordón sanitario establecido en torno a los nuevos monarcas para no verse salpicados por los escándalos que precipitaron la abdicación de Juan Carlos I. La segunda, al temor a que el rey emérito tuviera que enfrentarse a alguna protesta activa de Podemos durante el acto, tipo pitada, por ejemplo. Pablo Iglesias, que además de dar mucho miedo a algunos es bastante listo, declaraba ayer: “A la vista de todas las figuras que estuvieron aquí y tratándose de alguien que sigue vivo, hubiera tenido [su presencia] todo el sentido del mundo”. Fino estratega en cualquier caso el que decidió no enviarle invitación a Juan Carlos I: el protagonista fue quien no estuvo.