Sigo cavilando sobre todo lo que ha acontecido últimamente por estos lares en relación al soterramiento de las vías del ferrocarril a su paso por el centro capitalino. Tras exprimir las meninges a conciencia, circunstancia que me ha provocado una punzada extra en mi habitual jaqueca mañanera, he llegado a la conclusión de que si se hubieran cumplido una a una todas las palabras y planes vertidos por los innumerables ministros que han arribado a Vitoria para protagonizar titulares y posados respecto a la tunelación ferroviaria con los que ilusionar al personal, a sus correligionarios y a parroquianos de toda índole y condición, la ciudad podría presumir en la actualidad de un subsuelo profusamente acanalado, con galerías subterráneas a diestro y siniestro distribuidas y atropadas por barrios, medidas y formatos constructivos. Sin embargo, me da a mí que no es así. Sirva esta abrupta interpretación torticera y demagógica de las más sutiles artes políticas para desear que las palabras de Íñigo de la Serna, el último en aterrizar en Gasteiz con un discurso elaborado para explotar el filón del soterramiento, se conviertan en realidad en plazo y forma. De esa forma se cerraría para siempre el ciclo y se evitaría la tentación de nuevos desembarcos vacuos.
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