En estas, uno de los parroquianos del cortado mañanero de cada día -todos ellos se niegan de manera sistemática a que les identifique en estas líneas incluso utilizando motes- nos suelta hace poco, a cuenta de las noticias sobre la condena por los tweets de Carrero Blanco: ¿y si yo hago un chiste sobre Lasa y Zabala?. Y por una vez, sin que sirva de precedente, tuvimos un debate ordenado, cabal, abierto y hasta profundo para llegar a la conclusión de que todo depende de a quién le estés tocando los cojones o los ovarios. Literal. Como casi siempre, un servidor intentó asistir al sesudo análisis como espectador, pero no pude hacer otra cosa que darles la razón en tres aspectos. El primero, que cada vez tenemos la piel más fina y nos la pillamos con un papel de fumar más trasparente. El segundo, que una cosa es lo que cada uno consideramos como buen o mal gusto, como buena o mala educación, y otra lo que la Justicia y, por tanto, las leyes deben tipificar como delito y, en consecuencia, actuar en los casos que se encuentre. Y el tercero, que estamos abriendo una puerta que no tenemos claro si vamos a poder cerrar. No todo vale, tampoco con la excusa del humor. Pero de ahí a construir la libertad de expresión a base de sentencias condenatorias hay un trecho.