Uno me dice, con todo el sarcasmo del mundo, que como el Alavés ha subido a Primera se han acabado los problemas de este territorio y ya nos podemos sentir tranquilos. Otro me comenta, con mucha emoción, que es un milagro que en una ciudad de 240.000 habitantes existan dos equipos como el Baskonia y el Alavés con sus respectivas temporadas. Son dos posturas, con más o menos tacos de por medio, que se repiten en varias conversaciones estos días. Es decir, hay quien considera que la sociedad va de culo si su guía espiritual son los éxitos deportivos de uno y otros; y hay quien no es capaz de controlar las lágrimas al tiempo que asegura estar viviendo momentos históricos. Personas nacidas en Álava o residentes aquí desde hace años han ganado en la última década premios nacionales como el de Artes Escénicas para la Infancia y Juventud, Cómic, Fotografía y Danza. Eso sin entrar en otros galardones tipo Goya o Max, o sin profundizar en hitos de relevancia profesional como ponerse al frente de una las mejores filarmónicas del mundo. Noticias recibidas con mucho silencio administrativo. Pero, ¿es necesario comparar? ¿No se puede tomar cada cosa en su justa medida? ¿Tan complicado es relativizar y ponderar? Y, sobre todo, ¿hay que estar discutiendo todo el día por cualquier motivo?