Lo puede confesar, no se preocupe. En el fondo, muchos piensan así. Es verdad, sobre el hombro se le aparece el angelito de vez en cuando, pensando en esa pobre gente cuyas imágenes ve a través de los medios de comunicación. Niños muertos en una playa, ancianos hacinados en un campo de refugiados, cuerpos flotando en el mar... Pobre gente. Y le sale el alma solidaria, lo que se traduce, como mucho, en una queja amarga en las redes sociales para que sus amigos le den al Me gusta o al retwitteo. Pero en la tranquilidad de su hogar, cuando nadie escucha, aparece el diablillo. Y entonces se cree que entre esos que quieren venir hay terroristas como poco, por no hablar de personas que profesan una religión rechazable. Van a venir a quitar trabajo, ayudas... a un país que ya está para poco. Pero eso no lo pone en Internet y si lo hace, se esconde tras un seudónimo, el mismo que usa a veces para insultar a gente conocida. Por eso, en el fondo, no le parecen mal las palabras de ciertos políticos aunque sea consciente de que llaman al odio. Por eso, aplaude en silencio a un continente que toma determinada solución. Porque en realidad, como cuando está solo en casa, prefiere levantar la alfombra sin que nadie se entere y meter el polvo debajo. Total, qué más da.