no sé cómo afrontar esta campaña electoral. Me da una pereza horrible. Cuando oigo los altavoces de los coches de los partidos me entra un escalofrío. Vi a los líderes pegando carteles y casi me desmayo del susto. ¿Otra vez? Si ya nadie les cree, si solo son un mal necesario, como los bancos y tantos otros poderes fácticos. Las promesas de siempre, las mentiras de siempre, los buenos propósitos que se guardarán en el baúl de los recuerdos en cuanto la gente tonta les dé poder con sus votos. Luego, otra vez a robarnos y a corromperse; y así hasta las próximas elecciones cuando los que han mandado nos prometerán que antes no pero que ahora sí cumplirán con su palabra y los que aspiran a desbancarles lanzarán rayos y fuego por sus desaforadas bocas, ávidas de nuestra confianza. Llegará un momento en el que nadie votará, pienso yo más desencantado que nunca de todos estos años de democracia. Los derechos se han ido a la mierda en cuanto los poderosos lo han querido. Y no hemos roto ni un cristal, mire usted. ¿Adónde vamos así? Que les den. Y entonces veo a mis hijos atendiendo a debates y oigo a mi madre decir que algo habrá que hacer para cambiar esto. Niños y viejos comprometidos. Y pienso que aún hay esperanza.