Me quedo sin saber si se va a responder a la llamada del Papa Francisco. Me quedo sin saber si la cantidad de pisos vacíos de nuestras parroquias, que nuestros curas no usan porque “para vivir solos” no tiene sentido -y tienen razón-, van a ponerse a disposición de estas familias. Me falta saber si las unidades pastorales asumirán acogidas concretas de familias. Me quedo con las ganas de saber si nuestros colegios concertados asumirán la educación de los niños que vengan de esas familias. Me quedo a la espera de saber si se ha presupuestado ya un dinero para esta tarea, o si se harán colectas en las misas para responder y, como bien dice nuestro obispo de Roma, “darles una esperanza concreta; no vale decir sólo ¡Ánimo, paciencia!”.

Aplaudo que la voz de nuestro obispo Miguel Asurmendi salga y se haga pública sobre este tema. Pero “obras son amores y no buenas razones”. Y al público en general, o al menos a la comunidad cristiana en particular, sí le interesa saber cómo se piensa concretar la respuesta diocesana que se sumará a la respuesta civil que las instituciones públicas ya han dado.

Si la prudencia a la que se hace referencia es la causa de la falta de datos concretos, esperaremos a esa segunda nota en la que veamos los buenos deseos traducidos en obras concretas de nuestra Diócesis de Vitoria. No alarguemos nosotros la demora que la burocracia y la política ya les están imponiendo a estas familias.