Ya estamos otra vez con la tontería de ponerle el nombre de un expresidente español a una plaza de la ciudad. El expresidente al que me refiero es uno de los protagonistas de la Transición en España cuando la palabra aún no llevaba mayúscula, un tipo proveniente del franquismo y que tuvo su parte en los sucesos del 3 de marzo de 1976, porque a fin de cuentas era ministro-secretario general del Movimiento. Con la edad y la enfermedad, pareció volverse bueno para todos y se abrió un amplio abanico de oportunidades de honrar calles, plazas o rotondas con su nombre. El anterior alcalde, el que todavía sigue enfadado por no gobernar y que para curarlo su partido le ha dado un silloncito en Madrid, ya intentó bautizar la estación de autobuses con el nombre del susodicho expresidente, hoy recordado estadista por obra y gracia de la ficción. Fracasó porque toda estación de autobuses se llama estación de autobuses, o sólo estación, si me apuran. Y lo intentó después, a última hora, con la plaza donde se han construido las nuevas oficinas municipales, plaza que ya tendría algún nombre oficial, pero a quién le importa. Qué insistencia en esto de bautizar asfalto. En la plaza está ahora el nuevo Ayuntamiento, más o menos. Pues hecho. Nada de nombres y apellidos: plaza del nuevo Ayuntamiento.