Aquí estamos, episodio 3. Parece que se han hallado los restos de don Miguel de Cervantes. Existen “muchas coincidencias y ninguna discrepancia”, explican los expertos que han trabajado en esta búsqueda, que advierten no obstante de que no pueden verificar el hallazgo vía ADN y de que es imposible “individualizar” los restos del escritor de los de otra decena de adultos que le acompañaban en el sueño eterno. Bien, hasta aquí el trabajo científico, admirable y emocionante. Lo divertido de todo esto es la constatable impresión de que vivimos en un país -o concepto administrativo que prefieran- que necesita rescatar unos huesos de su tumba para recordar a uno de los más grandes autores de la literatura universal, siendo conservador en la valoración. Nos haremos pajas mentales, políticas, económicas y, sí, culturales durante un tiempo, pero nada de eso significará abrir un libro, no les digo ya comprar uno; libros que ya estaban aquí por cierto, es lo que tienen los grandes, que mueren pero su obra permanece. ¿Se imaginan qué vida llevaría hoy Cervantes? Alguien se preguntaba estos días si este país se merece a un autor de este calibre; yo más bien me pregunto si se lo merecen estos tiempos. Pero la mejor manera de honrar la obra de Cervantes, hace diez años o mañana, es leerle.
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