ha dado en ser noticia en Vitoria estos días -y en algunos medios hasta de forma un tanto magnificada- la aparición de pegatinas en forma de bandera nazi con esvástica y textos con soflamas de racistas y xenófobas en la sede de la asociación Afro, en una oficina de Lanbide, en algunos edificios del campus de la UPV o en la puerta de la redacción de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA -que se ha destacado en su posición editorial integradora y antirracista-, entre otros lugares aparentemente seleccionados por su significación. Aunque la Ertzaintza ha abierto una investigación, el Ararteko mostrara ayer su preocupación y no convenga banalizar este tipo de amenazas por insignificantes que puedan parecer, el incidente no debería pasar, sin embargo, de ser tratado como una anécdota y tampoco puede decirse que responda en absoluto a la existencia en Vitoria de grupos nazis o fascistas organizados, como sí sucede en otras capitales. No obstante, el contexto en el que se produce este episodio sí aporta algunos elementos que llaman a la reflexión. Estos libelos pretendidamente amenazantes -con algunos textos como No falta trabajo, sobran inmigrantes o Ayudas sociales para los españoles- calcan los comentarios facilones que se propagan en las calles de Vitoria de manera más acusada desde que el alcalde Javier Maroto arenga este mismo discurso cada dos por tres desde hace ya varios meses, despertando y avivando los más bajos instintos xenófobos de no pocos ciudadanos. Y esta anécdota de las pegatinas nazis se produce también después de otros incidentes ocurridos durante las últimas semanas como la agresión a un argelino en una oficina de Lanbide, la bravata de un guarda jurado con un mauritano en un centro comercial, la bronca entre dos viandantes ante una mesa de recogida de firmas de la plataforma que promueve la restricción de las ayudas sociales a inmigrantes o el veto a una mujer musulmana en un autobús público por llevar burka. Incidentes aislados y cuya repercusión ahora se amplifica, ciertamente, pero no resultan casuales, pues hallan un caldo de cultivo, alimentado incluso por la primera autoridad municipal. No conviene sobrevalorar las anécdotas, pero el contexto debe llamar a generar un discurso de tolerancia activa y cohesión social alternativo al populismo xenófobo y el odio al diferente.
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