La segunda y definitiva vuelta de las elecciones locales francesas han dejado en las urnas dos claras conclusiones. Primero, un preocupante auge de la extrema derecha que representa el Frente Nacional de Marine Le Pen, con unos resultados históricos que adquieren tintes más inquietantes a las puertas de los comicios europeos, en una UE en la que la pujanza de la ultraderecha es notoria -desde Grecia a Holanda- y amenaza con convertirse en un caballo de Troya en el Europarlamento. Segundo, la sonora censura electoral al que fue, no hace tanto, la gran esperanza del resurgir de la izquierda y la socialdemocracia en un Viejo Continente dominado por la derecha liderada por Angela Merkel. Pero François Hollande se ha desinflado casi con la misma espectacularidad con la que ascendió al Olimpo del Elíseo. Ahora ostenta los peores índices de popularidad de un jefe del Estado en Francia en los últimos 56 años. Cabría suponer que el electorado francés estaría abordando un viraje hacia el centro-derecha o la derecha, pero esa lectura no sería del todo exacta. Buena parte del electorado que aupó a Hollande a la presidencia en mayo de 2012 está castigando el progresivo giro neoliberal del inquilino del Elíseo, que tuvo su punto álgido público en enero, cuando -además de salir al paso del affaire con una actriz- ofreció a la patronal un "pacto de responsabilidad" a cambio de inversión y empleos, lo que no era otra cosa que un cheque en formato de reducción de costes laborales. Por eso sorprende -así lo confesaban ayer algunos representantes del ala más izquierdista del PS- que el elegido por Hollande para lograr su particular intento de catársis política sustituyendo al primer ministro Jean-Marc Ayrault haya sido el hasta ahora ministro de Interior, Manuel Valls, al que dentro de su partido se le tacha despectivamente de sarkozista. No menos sorprendente -en estrictos términos de pugna interna- es que precisamente Valls es una de las figuras del PS llamadas a hacer sombra a Hollande en las elecciones de 2017. No en vano es el ministro mejor valorado por la ciudadanía francesa, según aseguran los medios galos, por su imagen de poder y decisión que el electorado echa en falta en Hollande. El tiempo dirá si el que fue la gran esperanza de la izquierda francesa y europea no ha ejecutado con Valls su haraquiri político definitivo.