delenda est Carthago (hay que destruir Cartago). Catón el viejo terminaba así sus discursos. Para muchos, Catón el pesado, Catón el censor, pero el siempre incansable Catón. Había que destruir Cartago de una vez por todas, si Roma iba a ser la potencia dominadora del Mediterráneo y hacerlo su mar, mare nostrum. Con frecuencia suele ocurrir que cuando alguien plantea una respuesta osada y radical ante una situación difícil se le tome por loco o simplemente por pesado, como a Catón el viejo. Delenda est Carthago, ya lo decía el gran Catón, y acertó.
Ni viejo ni austero, sin embargo sí me atrevo a ser censor. Critico las reivindicaciones hueras con las que no se logra nada pero tranquilizan las conciencias y obtienen la ansiada aceptación social: el cursus honorum de la pancarta. Censuro la construcción nacional de pico y pala, Hefestos gestores de acueductos que no conducen a ningún sitio, Hermes que jamás llegarán a puerto, Punica fide. Critico a los que, por su ámbito de trabajo, limitan el euskara y su recuperación al mundo de la cultura, pues Roma sí paga. El uso litúrgico del euskara para la élite intelectual de un país minúsculo. Censuro a los que sin imposiciones, son partidarios del bilingüismo consensuado y armónico, de convivir con Cartago. Política lingüística guiada por Cloacina y Esterculio.
Aunque nadie puede predecir el futuro, los galenos estamos habituados a hacer pronósticos y suposiciones basados en la experiencia. Rigurosos como Catón, siempre nos ponemos en lo peor. Doctos lingüistas nos dicen que van a desaparecer miles de idiomas, que la diversidad cultural está en peligro, pero como los médicos, no se ponen de acuerdo en el tratamiento adecuado.
Ante la situación del euskara, durante décadas se le ha dado prioridad, de forma plenamente acertada, a la educación. A las ikastolas y a los euskaltegis, a la enseñanza en general. Pero este modelo es insuficiente, pues no implica necesariamente la necesaria socialización del idioma. Se ha promovido el euskara en los medios de comunicación; algo imprescindible y prioritario, pero también insuficiente.
El euskara ha avanzado como lengua de prestigio, ganando núcleos y respaldo social; pero me temo que seguimos limitándolo al mundo de la cultura y la enseñanza, que no se quiera ir más lejos. Como hemos visto en Irlanda, esto no asegura la supervivencia de ninguna lengua, pues puede quedar marginada en su rincón, limitada a lo testimonial. Actualmente no existe un bilingüismo real en nuestro país y el futuro del euskera no está garantizado. ¿Qué más podemos hacer? ¿Cual sería ahora la prioridad?
Pesado como Catón, y siendo además médico, traigo mi propuesta de euskaldunizar Osakidetza. El siguiente espacio a conquistar es la sanidad. Todos los idiomas que ocupen el ámbito sanitario seguirán adelante, sobrevivirán. Cuando digo ocupar no me refiero sólo a ofrecer y recibir la atención sanitaria en el idioma minorizado, sino a ocupar el espacio en su totalidad, como lengua cotidiana de trabajo y de servicio, oralmente y por escrito. Hay que euskaldunizar Osakidetza por completo, de arriba abajo.
¿Por qué Osakidetza? Porque ocupa una posición central en nuestra sociedad y en nuestra vida cotidiana, por su presencia, por su tamaño, por su prestigio y por su complejidad. Más de 30.000 personas trabajan en Osakidetza en todos los pueblos de Euskadi, más que en ningún otro ámbito; es el servicio mejor valorado por los ciudadanos y el más utilizado, el más cercano; es el que mayor prestigio puede darle al euskara en este momento y hacerlo más cotidiano, real y tangible.
Potius sero quam nunquam. Esta debería ser ahora nuestra prioridad, nuestro Cartago a vencer. Euskaldunizar Osakidetza permitirá, por un lado, amparar los derechos lingüísticos de los usuarios y mejorar la calidad del servicio y, por otro, la pervivencia del euskara.