NO son momentos buenos ni para la economía ni para el empleo. De la crisis económica que afecta a nuestro país no está exento ningún sector ni tampoco ninguna empresa, cualquiera que sea su estructura organizativa. Por tanto, también el cooperativismo en general y el vasco en particular están siendo afectados por esta situación.
Pero en esta especie de tsunami que ha supuesto la situación del Grupo Fagor considero necesario resaltar la fortaleza del propio Grupo Cooperativo MCC en particular y de la Economía Social en general.
La Economía Social en Euskadi está integrada básicamente por entidades que asumen, se organizan y actúan según criterios de organización democrática y distribución solidaria de los beneficios o, en caso, participación también solidaria en las pérdidas si las hubiera.
Y en esta definición conceptual encajan, a priori, entidades de diverso tipo, como las de Economía Solidaria, el Tercer Sector, el Sector Non Profit, etc., pero lo que parece indudable, en todo caso, es que las cooperativas son el núcleo principal de la Economía Social. Cuando menos en Euskadi.
El cooperativismo vasco es un valor en sí mismo. Es portador de una cultura y unos valores socialmente deseables y creo que representa una forma de creación de riqueza que aporta cohesión a la sociedad vasca.
No en vano, la mayor concentración cooperativa coincide en nuestro país con áreas donde la renta está más equitativamente distribuida, donde el desempleo es menor y donde el nivel de vida medio es mayor.
Pero existe otro factor a tener en cuenta. El cooperativismo añade pluralidad a lo que es la forma habitual -la más común- de hacer empresa. Y esto es más importante en una sociedad y en unos tiempos en los que prima el individualismo.
Yo no comparto la tesis de quienes quieren presentar esta economía como una experiencia casi marginal. En la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV) más que en ningún otro lugar, el grueso de la economía social es una economía de las que se pueden señalar como "economías ordinarias". Lo demuestra, entre otros, el hecho de que el primer grupo empresarial en Euskadi es el Grupo Mondragon.
Considero que podemos identificar al cooperativismo como un claro factor de estabilización porque puede aportar, y de hecho está aportando en estos momentos, respuestas funcionales y de organización adaptadas a las necesidades de cada situación. Y, sobre todo, supone un elemento sustancial para conformar una sociedad más justa, en la que prime la persona y sus valores, entre ellos el valor del trabajo y del interés comunitario.
Siempre, también en mi etapa de consejero de Trabajo, he entendido que, desde la administración pública, invertir en economía social reporta más en términos sociales porque se contribuye no solo a la cohesión social, sino a una mejor vida democrática y a una redistribución de la riqueza.
En todo caso y por supuesto, no estoy hablando solo de un compromiso de las administraciones públicas porque su éxito depende de todos y muy especialmente de la sociedad civil. De ahí que, hoy más que nunca, sea necesaria una coordinación de actuaciones, de colaboración pública y privada en pos de objetivos comunes.
Han sido, y continúan siendo, numerosos los estudios sociológicos y económicos, que han intentado explicar el nacimiento, desarrollo y éxito de la experiencia cooperativa de Mondragón. No podemos olvidar que hablamos de un grupo que reúne en su seno a más de 100 cooperativas, con una fuerte implantación internacional y agrupadas en tres sectores claves: el financiero, el industrial y el de la distribución. Además de una universidad cooperativa propia.
A estas alturas, nadie duda de que ha resultado esencial la vinculación entre trabajo, financiación, formación y previsión que ha existido desde el origen mismo de la experiencia cooperativa de Mondragón. Es esta una prueba evidente de la necesidad de colaboración como único medio de consolidar a largo plazo las cooperativas de base originarias.
La crisis que ha afectado a Fagor ha servido a algunos para arremeter contra el modelo cooperativo o incluso crear alarmismo social, poniendo en duda no solo la propia viabilidad del modelo, sino elementos tan sensibles, como la propia entidad de previsión social Lagun Aro. Quienes han jugado con esta información, lo han hecho, además, tratando de unir nacionalismo vasco con quiebra del modelo cooperativo. Y ante este peligroso juego, hay que decir que el cooperativismo vasco, es eso, cooperativismo; y que, en todo caso, el que en su seno haya personas más o menos vinculadas al ámbito de la política no hace más que reflejar la composición sociopolítica de nuestro país y, más en concreto, de la zona donde en mayor medida están ubicadas las cooperativas.
Pero incluso diría algo más. Si las dificultades de una cooperativa como Fagor, con toda la importancia que tiene en el conjunto del grupo, sirven a algunos para hablar de quiebra del modelo, cabría preguntar, ¿cómo tendríamos que referirnos a la situación económica que atraviesan multitud de empresas no cooperativas? ¿No cabría hablar, con más razón, de quiebra del modelo capitalista?
Hablar de cooperativismo vasco es hablar del 12,5% solo del empleo industrial, el 12,4% de la exportación y del 5,25% del conjunto del PIB vasco. Son cifras lo suficientemente importantes, para que algunos quieran dar por finiquitado el modelo.
Pero hay un elemento más al que quiero referirme. Y marca la singularidad del modelo, más aún en momentos como los que estamos atravesando. Me refiero a la solidaridad interna. Esa solidaridad que está permitiendo, al igual que ha ocurrido en otras etapas, que personas cooperativistas que han perdido su puesto trabajo por las dificultades que han podido atravesar la cooperativa a la que pertenecen, puedan ser recolocadas en otras cooperativas del grupo. Este es uno de los rasgos característicos del cooperativismo: la solidaridad.
Termino con una frase de Don José María de Arizmendiarrieta, auténtico prohombre del cooperativismo vasco, quien insistía siempre en que quería "hombres (y mujeres) con capacidad de desarrollo, con sentido comunitario, con capacidad de pensar, de inventar y de servir". No creo que nadie nunca haya definido mejor el espíritu del movimiento cooperativo.