en los procesos de construcción de Estados nacionales durante dos siglos se ha solido manejar el esquema, tan simplista como tranquilizador, de que cada nación debe tener su propio Estado y cada Estado su propia nación, con el resultado final de un mapamundi adecuadamente troceado y coloreado en porciones indicativas de comunidades humanas tan distintas entre sí como internamente homogéneas. Dado que la situación de partida de la Revolución americana en 1776 o la Revolución francesa en 1789 distaba mucho de ese objetivo, hubo que emplearse a fondo aplicando una de las dos fórmulas.

El modelo americano o francés, contando ya con un Estado soberano bien organizado pero con una base humana excesivamente variopinta, consiste en crear una nación unida y homogénea enseñando a sus miembros a hablar la misma lengua, a practicar la misma religión, a profesar las mismas ideas, a contar la misma historia de los antepasados comunes, a seguir la misma bandera o, en fin, a sentir el mismo orgullo nacional. La escuela, la Iglesia, la milicia o la televisión años más tarde, ayudan a conseguirlo.

El segundo modelo -alemán, italiano o eslavo- consiste en, identificada una nación preexistente, una comunidad humana ya unida por su lengua, su religión o su historia, dotarle de un Estado soberano para asegurar su identidad y su preservación. Para ello hay que unir los distintos Estados en que aparece fragmentada la nación o bien independizarla del imperio a la que ha estado sometida, o si es necesario combinar ambos procedimientos.

Sea cual sea el camino elegido, el ideal nacional es común y en unos y otros países se comparte el mismo sueño de construir una nación única, unida, unitaria y lo más uniforme posible. El sueño plasmado en lemas como Una, grande y libre o Ein Volk, ein Reich, ein Führer de los nacionalismos totalitarios español y alemán, pero también en afirmaciones más democráticas como "la República francesa es una e indivisible" del acta constitucional de 1793 o "una nación indivisible, con libertad y justicia para todos" del juramento de lealtad a la bandera de Estados Unidos. Se aspira a la unidad política y a la homogeneidad cultural, espiritual e ideológica y por ello, en la práctica ambos modelos de construcción nacional, -el político francés y el cultural alemán- no difieren tanto sino que confluyen.

Ese ideal de que a cada nación unida y homogénea, su Estado y viceversa no se ha cumplido y es más que dudoso que pueda cumplirse. Persisten movimientos nacionalistas que se reclaman como defensores de naciones sin Estado que quieren redibujar las fronteras mediante procesos de independencia o de fusión pero, en realidad, casi ningún país del mundo posee la homogeneidad cultural, lingüística, espiritual o política necesaria para constituir una nación única, unitaria y diferenciada según el ideal nacionalista. En esas supuestas naciones pendientes de obtener su propio Estado suele existir amplia división interna sobre identidades nacionales, proyectos políticos y deseos de independencia.

Hoy es cada vez más habitual hablar de Estados plurinacionales o pluriétnicos, como se recoge en los textos constitucionales de México, Ecuador, Sudán o la Federación Rusa. En todos estos casos la idea de trocear territorios para conseguir naciones homogéneas se abandona para establecer Estados pluralistas en lo cultural, lingüístico o nacional. El Estado plurinacional rara vez puede consistir en un conjunto de piezas distintas e internamente homogéneas que se puedan separar sin problemas, una serie de naciones perfectamente delimitadas e identificadas en un contenedor común. Suele ser una nación de naciones, una comunidad humana unida por ciertos vínculos políticos y culturales, pero integrada a su vez por otras comunidades igualmente plurales y de límites difusos, un sistema complejo donde conviven personas con diversos sentimientos de identificación nacional, cultural, lingüística, política, social.

Hace poco el Congreso debatió una moción de BNG, ERC y Amaiur sobre el derecho de autodeterminación que identificaba "las naciones que conforman el Estado español: Euskal Herria, Països Catalans y Galiza", aunque preventivamente se añadían también "todas las que lo definan en su Estatuto de Autonomía o que así lo apruebe su Parlamento en base a sus derechos históricos, su sentimiento nacional o su voluntad democrática". Una contabilidad tan simple como engañosa. Los países catalanes, los países españoles o los países vascos -tanto da- son territorios donde conviven personas cuyo sentimiento nacional es distinto; catalanes que se sienten españoles o no, valencianos que no se sienten catalanes o sí, navarros que se sienten vascos o no, vascos que no se sienten españoles, alemanes que se sienten mallorquines, argentinos que se sienten o no gallegos, apátridas que no sabemos cómo se sienten. España es una nación de naciones plurinacionales o una nación de ciudadanos no menos plurinacionales. Igual que Cataluña o Euskal Herria.