EN los años en que un servidor trabajaba en el diario Egin, todos los currelas teníamos la certeza de que los teléfonos estaban pinchados. Descolgar el auricular de aquellos modelos hoy ya obsoletos y saludar al teniente o capitán o sargento que estuviera al otro lado de la línea era una práctica habitual, aunque nunca obtuviéramos más respuesta que unos lejanos ruidos que sin duda nada tenían que ver con la benemérita labor de espiar al vecino. De hecho, aún hoy tengo la sensación de que hay alguien más al otro lado de la línea. Todo esto viene a cuento de recientes noticias que tienen que ver con el sistema de espionaje de Estados Unidos. Dicen los periódicos que los servicios secretos estadounidenses de la NSA -si no han visto muchas pelis, les informo de que se trata de la Agencia de Seguridad Nacional, y sus miembros mandan más que los del FBI y la oficina del sheriff juntos- han conseguido reventar los sistemas de seguridad de todas las marcas de teléfonos inteligentes para tener acceso a los datos personales del usuario. Luego añaden los diarios cómo han logrado destripar determinados modelos, cuyas marcas no pienso citar en este espacio. Parece mentira que a estas alturas alguien crea que lo que se habla, escribe o fotografía con un telefonino es material privado. Si existe un ser así, o alguno de ustedes es tan ingenuo como para parecérsele, les prevengo: no traten asuntos ilegales con el móvil ni se fotografíen en pelotas frente al espejo. Por si acaso.