conflictos como los de Egipto y Siria ponen en evidencia, una vez más, el negocio más criminal de la humanidad actual: el de la compraventa de armas. Cada conflicto armado, cada guerra, se convierte, gane quien gane, en una victoria para ese comercio asesino. Y en una derrota planetaria, pues aparte de las víctimas directas, es la humanidad entera quien sufre esta infame desviación de la riqueza mundial hacia el terror, en vez de hacia la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos del mundo.

Es bien sabido que hoy el principal productor mundial de armas es Estados Unidos, que a menudo las ha exportado con unos escrúpulos morales dignos del más desalmado de sus celebrados gánsteres. Y que ahora parece dispuesto, con su premio Nobel de la Paz al frente, a la iraquización de Siria.

Lo peor es que muchos Estados democráticos imitan en lo que pueden al gran padrino; entre ellos, España. El Estado español ha sido un importante protagonista, durante muchos años, del infame negocio (es el séptimo país exportador de armas) y, de esta forma, cómplice de crímenes de guerra y cómplices sus gobiernos -ahora del PP y antes del PSOE- y quienes han apoyado esas ventas o no se han opuesto a ellas.

Sin embargo, abre una esperanza el que el pasado 2 de junio España firmara el Tratado sobre el Comercio de Armas (que, alentado por organizaciones como Amnistía Internacional, persigue poner coto al abastecimiento militar de matanzas) y que ahora haya suspendido cautelarmente la venta de armamento a Egipto. Vigilemos que no se quede en beaux gestes.

Si sublevan nuestras ventas, no menos indignan nuestras compras. Hace poco hemos sabido que el Gobierno aprobó el 27 de julio un crédito extraordinario de 877,3 millones de euros para compra de armas y material militar y ya el 30 de abril había autorizado un aumento del gasto en el presupuesto de Defensa de 582,3 millones de euros. Con estas artimañas, habituales cada año, y que se unen a las de disfrazar parte del gasto militar como investigación, el dinero no se computó en los Presupuestos Generales del Estado y así se maquilló -o, más castrensemente, se camufló- la infamia de que en tiempos de grave crisis la llamada Defensa no sufra la feroz mengua presupuestaria de Educación y de Sanidad.

Mientras todo esto sucede, los militares entran cada día más en las universidades y en las escuelas españolas a propagar su ideología, o mejor dicho, su doctrina. Lo hacen a menudo a través del Madoc (Mando de Adiestramiento y Doctrina). Algo útil, sin duda. Al menos para ellos, pues les puede valer para mantener a la población en la ficción del militarismo pacifista.

Groucho Marx decía que "inteligencia militar es una contradicción de términos" y yo diría que las mayores contradicciones están en militarismo pacifista y en educación militar. Educación supone emancipación, mientras que el militarismo, con sus inexcusables obediencia ciega y xenofobia, supone cosificación y manipulación.