USTEDES quizás crean que la imagen colocada sobre mi nombre en este espacio corresponde con el aspecto que hoy tengo. Nada de eso. De hecho, les confieso que me negué abiertamente a que los caretos del personal desfilaran junto a estas líneas, porque de la misma manera que un tornero fresador tiene derecho a preservar su intimidad facial, si es que así lo desea, un periodista también: no escribimos con la nariz, salvo algunos habilidosos, sino con el culo, muchos de nosotros, y no lo ponemos en pompa aquí a la izquierda, aunque algunos sin duda ganaríamos en prestigio. Convendrán conmigo, tras esta introducción, en que no tendría sentido que les hablara de los miles de amigos (recuerdo a un cantante que quiso tener un millón) que colecciono en mi perfil de feisbuc, o los contactos laborales que he realizado a través de mi otro perfil en linquedín, y como ya voy dos perfiles no puedo poner más ejemplos. Pues claro que no. No encontrarán en ninguna de esas dos plazas virtuales nada sobre mí, a pesar de las constantes peticiones que recibo por el cibercorreo laboral, incluso de gente a la que no conozco de nada, o al menos no recuerdo conocerla. Ni tengo perfil, salvo los que me muestra el espejo, ni quiero tenerlo. No tengo cuenta en tuiter, y tampoco la deseo. No tengo internés en el telefonino, ni quiero tenerlo. Y sobre todo, no tengo tiempo para leer, ver películas, disfrutar de mi pareja, de mi familia, del ocio, de la vida... Soy un tipo oculto, al menos hasta donde he podido. No me busquen por el aspecto que muestra la imagen.