Quizá la estrategia de Mariano Rajoy respecto al caso Bárcenas no sea tan mala. Después de todo, ya veremos hasta dónde llega el tsunami judicial del asunto. Primero porque las acusaciones -sean fruto de una caída del caballo digna de Pablo de Tarso o se escriban con v de vendetta- hay que probarlas. Segundo, porque seguro que hay bomberos dispuestos a aplacar el incendio si se desmanda. Ahí está el rostro de alivio que exhibió Yolanda Barcina la semana pasada en fiestas de Tudela, celebrando el carpetazo del Tribunal Supremo a su imputación y a otra cosa mariposa. Y cuesta escribir una generalización injusta como ésta, cuando hay jueces que están siendo el último muro de la dignidad de un Estado de Derecho en demolición; pero es que los más altos representantes del gremio de la toga a veces no colaboran demasiado para creer en otra cosa: la última noticia que atañe al que fuera militante del PP y hoy preside el Constitucional es que otra sentencia de la que fue ponente va a ser recurrida. El condenado -por malversación de fondos reservados, 800.000 euros del ala- y ahora recurrente es Rafael Vera. Y ahí anda Rajoy, que ha conseguido que uno de los mayores morbos de su comparecencia de este jueves sea comprobar si pasará toda la sesión sin pronunciar la palabra maldita -su Bárcenas, igual que crisis lo fue de Rodríguez Zapatero-. Probablemente vuelva a regalar a la concurrencia una larga cambiada, un gazpacho de economía y promesas de ética y un poquito de ERE de Andalucía para adobarlo todo. Y mientras pasará el tiempo, que todo lo diluye.