los discursos de los dos políticos que aspiran a alternarse la gobernanza de España resultaron vanos, al menos para mí. Ni Rajoy convenció de que el camino emprendido por su Gobierno hace catorce meses es el adecuado para combatir la crisis ni Rubalcaba se apareció como una alternativa creíble, ni siquiera como un mal menor necesario. Porque acierta el presidente cuando recuerda al dirigente del PSOE que ya tuvo ocho años para aplicar alguna de las medidas propuestas por el ex vicepresidente de Zapatero y se llamó a andanas. Rubalcaba es un cadáver político al que le señala su pasado como uno de los artífices principales que nos han traído hasta donde ahora nos encontramos. No sé qué hace su partido que no lo mete definitivamente en la nevera; sinceramente, el haraquiri del PSOE se me antoja un misterio todavía más indescifrable a cada día que pasa. Para cuando lleguen unas nuevas elecciones, los socialistas corren el riesgo de haberse desgastado tanto que pasen a ser una opción política residual. Más fácil para Rajoy... o no. No creo que un mentiroso de tamaña envergadura aspire a repetir mandato aún en el improbable caso de que la crisis haya pasado cuando toque volver a votar. Tiene razón Rubalcaba cuando alega que el PP está aprovechando la circunstancia para introducir cambios estructurales de derecha pura y dura al amparo de la crisis. Y atina Rajoy cuando afirma que su oponente no tiene autoridad moral para recriminarle nada. No me vale ninguno de los dos. Pero ahí siguen. ¿Será que nos lo merecemos?