LA batalla civil que desde hace tres días se desarrolla en el centro de El Cairo ha servido para comprobar algo hasta ahora inédito en el Estado egipcio: la neutralidad política de los militares. Dicha imparcialidad no es gratuita en un país en el que los tres presidentes que se han sucedido desde la caída de la monarquía de Faruk I a raíz de un golpe de Estado en 1952 -Gamal Abdel Nasser, Anuar el Sadat y el propio Hosni Mubarak- han surgido del seno de un Ejército, el décimo del mundo con medio millón de soldados. De hecho, dicha tradición intervencionista y la percepción de que la postura neutral de las Fuerzas Armadas no se puede prolongar de manera indefinida -de hecho, The New York Times ha apuntado a una negociación entre oficiales egipcios y Estados Unidos sobre la salida de Mubarak- no habrán sido seguramente ajenas al hecho de que Mubarak, tras comprobar en un primer momento la permisividad de los militares hacia las protestas, haya azuzado a sus seguidores a una actitud violenta que fuerce al Ejército a actuar, es decir, a reprimir y, por tanto, a tomar partido. Esto, junto a la persecución de los periodistas extranjeros en busca de impunidad, quiere decir que el dictador egipcio no piensa dejar caer el régimen así como así, pero también que no cuenta con apoyo (suficiente) en la cúpula militar, influenciada sin duda por la postura cuidadosamente favorable a los cambios expresada por Barack Obama hasta en dos ocasiones en una semana, en la segunda con una alusión directa al papel que se espera de los militares en una transición pacífica hacia la democracia. No en vano la influencia de EEUU en el Ejército egipcio es más que evidente. Porque recibe de Washington material militar por valor de más de mil millones de euros anuales y porque la mayor parte de sus cuadros se han formado en las academias estadounidenses desde que en 1978 se firmaran los Acuerdos de Camp David con Israel. De hecho, en el mismo momento en que se iniciaron las protestas, una delegación al más alto nivel de las Fuerzas Armadas egipcias hacía -¿por casualidad?- su visita anual al Pentágono. Los militares, en cualquier caso, acabarán siendo decisivos. Y aunque no parecen inclinarse porque el dictador se refuerce acabando con la revuelta, queda por determinar si apuestan por una apertura o esperan el momento de derribar a Mubarak y nombrar a su sucesor.
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