la clase obrera europea celebró por primera vez el 1 de mayo en 1890. Las zonas de mayor combatividad en nuestro país fueron Cataluña, Levante y el País Vasco. Facundo Perezagua, socialista, lideró la primera huelga general de Bizkaia. En Barcelona, la huelga continuó hasta que trabajadores de tranvías, carreteros, portuarios y sectores de la construcción, calzado y panadería consiguieron las ocho horas de jornada que pedían. Doce décadas después seguimos empeñados en conseguir un empleo digno y con derechos, y un reparto justo de la riqueza. Son objetivos que bajo el capitalismo no son posibles.
El mundo se ha convertido en un negocio en manos de grandes corporaciones cuya regla principal es el máximo beneficio a cualquier precio. Destacan los bancos e instituciones financieras que, después de ser rescatados con ayudas públicas multimillonarias, vuelven a especular ahora ante el riesgo de impago de la deuda pública que ellos han contribuido a agravar. Al mismo tiempo exigen recortes del gasto público social y acusan a los trabajadores del crecimiento de la morosidad como si los cinco millones de parados no fueran obra de ellos.
Una situación de emergencia ante la cual los dirigentes sindicales vacilan, sin comprender que su actitud refuerza la presión que la derecha está ejerciendo sobre el Gobierno del PSOE para que se enfrente a su propia base social. Se debaten entre el miedo a movilizaciones, que piensan que tendrán un carácter radical, y el miedo a contribuir a la sustitución del actual Gobierno por otro de derechas. Su exceso de prudencia conduce al inmovilismo y, paradójicamente, refuerza la táctica de la patronal de ganar tiempo, con la excusa del diálogo social, mientras siguen el consejo de Sun Tzu Conseguir cien victorias en cien batallas no es la medida de la habilidad; someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia.
Todas las alarmas están en rojo, y todos los frentes para hacer recaer el peso de la crisis sobre nuestras espaldas están abiertos. Junto a la reducción del gasto social, la reforma laboral para abaratar el despido roza lo grotesco porque cualquiera sabe que somos uno de los países con mayores facilidades para el despido, y con mayor fraude en la contratación temporal. Los costes son terribles, en términos de accidentes de trabajo y deterioro de la salud laboral, rotación de empleo, descualificación profesional o escaso gasto en formación por las empresas.
El despido es libre, automático y sin revisión judicial. Cuatro de cada diez despedidos son fijos y siete de cada diez son improcedentes. Un panorama penoso, completado por una política fiscal regresiva, un nuevo plan de pensiones para abaratarlas y un universo salarial anémico, con mas de diez millones de pobres.
Necesitamos pensar globalmente y actuar local e internacionalmente. La deuda del Tercer Mundo debe ser abolida y el programa contra la catástrofe ambiental no puede dejarse en manos de quienes obtienen provecho de ella. El complejo militar-industrial debe ser disuelto, los controles a la inmigración abolidos y la gran banca nacionalizada. El control obrero en las empresas debe regularse por ley, la jornada laboral reducida para repartir empleo y la edad de jubilación adelantada para renovar plantillas.
Los últimos meses hemos asistido a movilizaciones generalizadas, especialmente en Europa y Latinoamérica. Ese es el camino, porque en palabras de Bertolt Brecht, Cuando la verdad es demasiado débil para defenderse tiene que pasar al ataque.