La prohibición en las calles de Madrid de una manifestación en apoyo de lo que tiene toda la traza de acabar siendo El escándalo Egunkaria, entra dentro de la lógica general del tratamiento del caso: silenciar a la opinión pública lo que en realidad sucede con el cierre de ese periódico y con sus directivos, acusados y ya muy linchados por los medios de comunicación de Madrid, a quienes se les hace estar pendientes más de diez años de un proceso, lo que equivale a una condena o cuando menos a un castigo severo (de lo contrario no se habría montado una campaña para recabar fondos).
El de Egunkaria es un caso que se sostiene sólo por las acusaciones particulares, en el que el fiscal, que representa al Estado, ha retirado su acusación porque a lo largo de la instrucción no se ha encontrado ninguna prueba de la relación de Egunkaria con ETA, ni siquiera indicios. Eso no conviene que se airee mucho.
La prohibición de manifestación de apoyo en Madrid es una nueva vuelta de tuerca: si quieren apoyar a los encausados -lo que equivale a una protesta formal por todo lo sucedido- que apoyen allí, no aquí. De entrada, el tratamiento informativo puede ser distinto, sólo puede ser.
Una legalidad para allí, por tanto, y otra para aquí, viene a decir el juzgador que ahora prohíbe la manifestación de apoyo a Egunkaria, porque se entiende mal que las leyes que permiten autorizar manifestaciones en el País Vasco sirvan para prohibirlas fuera de sus fronteras geográficas. El arte de retorcer argumentos, cuando se ha fallado en la labor de encontrar pruebas y hasta de inventar indicios. Si se pueden silenciar los apoyos incondicionales que reciben los de Egunkaria en las calles y medios de comunicación del País Vasco, allí, desde hace casi diez años, es más difícil hacerlo si el escenario son las calles de Madrid. No hay miedo a disturbios -y los trentinos argumentos en los que se sostiene la prohibición son especulaciones vanas con una leve, una mousse oxigenada, burla como fondo-, sino una voluntad firme de silenciar el bochornoso caso del cierre del diario Egunkaria.
Miguel Sánchez Ostiz
Escritor