EL lenguaje, como los usos y costumbres, es materia viva que nace palabra, pulula, prospera, mengua y, si la peña tiene a bien, termina en frase hecha. Puede resultar, sin embargo, que acabe víctima del desdén, que viene a ser lo mismo que el desuso, el más peligroso cáncer del vocabulario. Últimamente vengo escuchando la expresión ¡Ni tan mal! como sucedáneo resultado satisfactorio de una gestión, o de un envite, o de un negocio, que quizá lo mejor de estas expresiones de origen desconocido es su propia ambigüedad. ¡Ni tan mal!, me felicita el compadre cuando le cuento que la paloma se cagó justo a un centímetro de mi chaqueta. ¡Ni tan mal!, se alivia otro compadre al enterarse de que el diagnóstico ha sido un catarrazo que le balda pero no la gripe A. Hace un tiempo, y todavía dura, uno quedaba como una antigualla si no se negaba a algo certificándolo con un Pues va a ser que no distendido, simpaticón, pero tan contundente como un corte de mangas. El nuevo establishment autonómico, o sea, los que mandan ahora en este país, ¿os habéis dado cuenta?, han introducido en circulación la expresión Poner en valor, que al parecer viene a sustituir aquello de "valorar positivamente" pero dándole un aire como más solemne, más hijodalgo, más "de cambio". Desde el lehendakari hasta el último parlamentario, pasando por los del aparato y toda la retahíla de opinadores de la cuerda, no han parado de poner en valor lo que se tercie desde hace ocho meses. Al fin y al cabo, ellos mandan y hablan como quieren, o sea que ¡Ni tan mal!