La cantidad de kilómetros que mi cuerpo aguanta bien en moto en un día nos llevó a la primera parada, La Rochelle, un lugar hermoso pero demasiado turístico para mi gusto. Nos alojamos a las afueras, en Villedoux, y a cinco minutos en moto encontramos un vivero a la orilla del mar donde comer los típicos moules, lejos de la aglomeración turística y a un precio razonable. Siguiendo el consejo de una amiga hicimos noche allí y al día siguiente visitamos la isla de Ré, a la que se accede por tierra. Otro lugar hermoso y turístico, con un puerto atractivo –Saint Martin– y que bauticé como la isla de las bicicletas, por la cantidad de visitantes que la recorren de un extremo a otro pedaleando.
La segunda parada –pasada por agua en esta ocasión– fue Josselin, una Petit Cité de Caractère, es decir, una localidad de menos de seis mil habitantes que tiene un conjunto arquitectónico de calidad y lo protege. Este proyecto de las Pequeñas Ciudades de Carácter nació en los años setenta en Bretaña y se ha extendido a toda Francia y se diferencia de las Village et Villes Fleuris, un sello que identifica la calidad de vida y el cuidado de las zonas verdes y que nació en 1959 a raíz de un concurso a nivel nacional.
Josselin es conocida por su castillo y por el canal que la bordea y que une Nantes con Brest, y hay muchas rutas para caminar o pedalear siguiendo el canal y, mientras tanto, puedes ver pasar uno de esos barcos que se pueden alquilar sin carnet. Nos sorprendió la fiesta de la música, un tipo de evento frecuente en esta zona en verano y además del castillo, el canal, las casas antiguas, los bosques y las creperías bretonas... un pequeño y maravilloso jardín medieval lleno de rosas de distintos tipos y aromas.
El poeta chatarrero bretón
Con Josselin como base para dormir y descansar fuimos descubriendo el entorno y una de las mejores cosas fue sin duda el museo del poeta chatarrero bretón, muy cerca de Lizio.
Un espacio donde la imaginación se ha adueñado de utensilios cotidianos –espumaderas, cazos, zapatos, trozos de metal, regaderas, maniquís y un largo etc.– para convertirlos en artefactos extraordinarios de la mano de Robert Coudray.
Barcos-bicicleta con alas; tiovivos de reciclaje; pinochos-clown; un quijote metálico que gracias a la energía solar y con solo apretar un botón se mueve y pelea con molinos; casas de suelos y tejados imposibles que desafían proporciones, el equilibrio, los pesos y la perspectiva.
Un universo singular que te lleva a sentir que has entrado en la mente de un ser diferente, especial, poco común.
Fuimos a buscar la fuente de la eterna juventud para beber de ella y el bosque mágico de Merlín, y resultaron casi decepcionantes, salvo por el bosque donde se sitúan. Allí encontramos este universo del poete Ferrailleur, de verdad mágico.
Al día siguiente visitamos la medieval Dinan, sus murallas, su castillo y la Torre del Reloj a la que se puede subir y disfrutar de las vistas de la ciudad, y de aquí a la playa de las Estatuas, un lugar rocoso donde duermen animales y rostros de piedra que miran al mar.
El último día bajamos hasta Nivillac, con parada en la Roche-Bernard, que no lucía tan hermosa como la recordaba, y visitamos a unos amigos –ella canadiense y él inglés– que llevan más de treinta años en Bretaña y que viven en el campo con sus perros, su cacatúa ninfa, su reyezuelo recién rescatado de un nido caído y su velero, su gran pasión.
Ellos corroboraron lo que ya nos había dicho Domenico: queda poco de la lengua bretona y lo que queda está al norte, donde hay escuelas que son en bretón (como aquí las ikastolas).
Domenico es un motorista bretón que en breve atravesará Pirineos y bajará hasta no sabe dónde y que en invierno vive y trabaja en Suiza, con un compañero andaluz y otro valenciano, de ahí que hable bastante bien castellano.
De camino a Nivillac visitamos Vannes, la capital de Morbihan, su puerto deportivo y su casco viejo de hermosas y coloridas casas medievales.
El segundo campo base
Cambiamos Josselin por Taulé, un alojamiento rural un tanto decepcionante cerca de Roskoff. Hacia su costa oeste están Carantec y Tahití... sí, Tahití, una playa desde la que se contempla el castillo de Toureau, en la bahía de Morlaix, el finisterre bretón y que está abierto al público.
Al día siguiente descubrimos un pueblo precioso, Huelgoat, con un magnífico bosque perteneciente al Parque Natural de Armórica y que se puede recorrer fácilmente por diferentes rutas: podemos ver la roca que tiembla, el campo de Artus, la gruta del diablo y rocas enormes y caóticas escondidas en el bosque o en el mismo río... Es un lugar lleno de leyendas y misticismo, muy propicio para almorzar a la sombra de robles, hayas, castaños y a la orilla del río. Uno de mis lugares preferidos junto con el universo del poeta chatarrero.
Roskoff es otra de esas pequeñas ciudades de carácter y con más turismo del que pensaba en un inicio pero muy cerca, en Santec, hay una playa inmensa, de aguas muy limpias y donde se practican distintos deportes de agua y de viento. Desde allí se puede ir caminando –cuando hay marea baja– a la isla privada de Sieck.
Esta parte de la costa está llena de rocas enormes multiformes que salpican mar y tierra como si un gigante o el gargantúa de la mitología bretona hubiese dejado caer aquí migas de pan. Aquí se puede descubrir la aldea de Menez-Ham o Meneham, un lugar pintoresco por sus dunas, playas, rocas enormes multiformes y una capilla encajada entre dos peñascos.
Cambio de paisaje
Bosques frondosos; casas que parecen de muñecas y que dan ganas de abrir, si esto fuera posible, para descubrir qué hay dentro; canales y torres afiladas de las iglesias... Un paisaje que cambia por completo de Roskoff a Locronan, otro precioso pueblo lleno de artistas y artesanos: los bosques desaparecen, así como los canales y el mar, y llegan los páramos y las montañas (hay que tener en cuenta que la montaña más alta de Bretaña no llega a los 400 metros).
Y vuelta al campo base, en Taulé, pasando por Crozon, en la costa de la Armórica. Hacia el oeste de Roskoff se llega al mayor mausoleo de Europa de la época neolítica, la gran cairn de Barnenez, una enorme roca que contiene once tumbas y que es un ejemplo de las construcciones más avanzadas de esa época prehistórica.
Sigue la bahía de Lannion y desde ahí se puede llegar a la costa de granito rosa, una de las tres de estas características y de este color que hay en todo el mundo (las otras dos están en Córcega y China).
De regreso a casa paramos en Saintes, fuera de Bretaña, en Nueva Aquitania. A pesar de su importante patrimonio histórico, con su increíble anfiteatro galoromano, el Arco de Germánico, la basílica de San Eutropio (Patrimonio de la Humanidad) o su cripta romana, da la sensación de estar un tanto descuidada. Fue fundada hace más de dos mil años por los romanos y la llamaron Mediolanum Santonum y forma parte del camino de Santiago, de la vía Turonensis.
Aquí conocimos a Thierry, que tiene su bar en una de las orillas del río Charente que atraviesa la ciudad y que después de veinte años de duro trabajo quiere venderlo para irse a vivir a una isla como Canarias, Mauricio o Bora Bora y dedicarse a lo que más le gusta, ser instructor de buceo.
Es un tipo amable y encantador que nos regaló una muy buena charla sobre Bretaña y sus lugares hermosos y sobre la vida allí y en Francia en general, donde para él los precios son muy altos porque los impuestos son muy altos y es complicado vivir.
En Saintes estaban preparando un recinto para disputar un torneo de vóley playa femenino y Thierry estaba bastante enfadado porque teniendo una playa cerca habían traído la arena desde la zona de Burdeos, haciendo muchos viajes y sin duda de forma poco ecológica. Gracias a él probamos el pineau blanco y rosado, una bebida típica bretona que mezcla el zumo de uva con el cognac (Cognac pueblo está muy cerca de Saintes) y que por lo visto, debe estar delicioso mezclándolo con melón. Esto último nos quedó pendiente y puede ser una buena razón para regresar por esas tierras.
Y de Saintes a casa, vuelta a la cotidianidad y a preparar el siguiente viaje. De este viaje a Bretaña me quedo sin duda con Josselin y su canal; los bosques frondosos; la costa de piedras multiformes; la charla con Thierry y como no, el poeta chatarrero bretón. Carnac, Rochefort en Terre, Guérande... y muchos otros lugares hermosos de Bretaña son historias de otro viaje, y a poder ser en moto, porque es una forma de viajar que proporciona un contacto con el entorno y unas sensaciones especiales.