El agua de las levadas levantadas a golpe de pico y pala domesticando el basalto volcánico dan a su orografía una personalidad única. Hay un equilibrio imperfecto a la hora de haber intentado domar a la montaña, de aprovechar ese recurso cada día más preciado, más que el oro, o el coltán; sin agua no hay nada. Y las levadas son un testimonio permanente de su importancia.
Madeira es un archipiélago y la isla de Madeira es la más conocida de sus cinco islas, la más grande y la primera en ser habitada. El nombre de Madeira significa madera en portugués, y se debe a la gran cantidad de madera que encontraron sus primeros pobladores y que fue talada para poder plantar y sobrevivir, porque el bosque no les daba de comer.
Estamos en Funchal, ciudad construida como todo en Madeira, a base de terrazas, edificios en barrancos increíbles, palmo a palmo todo está urbanizado con cuestas de quitar el hipo.
Es una ciudad con muchas sorpresas, y una de ellas su Casa da Luz –qué nombre tan bonito para el Museo de la Electricidad de Funchal–. Aquí se nos cuenta el origen de la electricidad en la isla. Está en el mismo primer edificio que albergó la primera central térmica que producía electricidad. Hoy los madeirenses acuden a este edificio a pagar facturas o resolver problemas relacionados con el suministro eléctrico. Junto a las oficinas están las primeras turbinas, alternadores o intercambiadores de corriente. Es un espacio cuidado con mimo. Dércia es una de las guías, y se nota que le gusta su trabajo, transmite casi energía eléctrica.
Sale el sol y salimos a la calle, cerca queda una tienda de las de antes, la Mercadora, lo que antiguamente eran las tiendas de ultramarinos. La tienda tiene una curiosa distribución, nada mas entrar se sitúa el mostrador principal donde se vendía de todo. Al fondo, queda la recocina separada por una discreta puerta donde, en el mostrador, sirven la tradicional bebida Pé de cabra. Era y es un lugar sólo para hombres. La Mercadora es casi la única tienda de este tipo que sobrevive en el centro de Funchal.
Y al lado está la concurrida calle de Santa María, llena de viajeros disfrutando del arte que pintan sobre las puertas de sus casas. Caminamos hasta la playa urbana de Funchal, que más que playa es un mini puerto escondido tras las murallas del antiguo fuerte de São Tiago. Olas que rompen el azul cobalto del mar golpean las viejas piedras de las murallas, una de las primeras edificaciones para proteger la isla. Cerca queda la Sé Catedral do Funchal. Pequeña y discreta por fuera, llama la atención su impresionante techo de alfarje hecho en madera de cedro de la isla, de estilo mudéjar, con dorados e incrustaciones en marfil. Es un estilo que se trajo a la isla desde el continente.
En aquellos tiempos de carabelas, naos y navegantes intrépidos que surcaban los mares, la diócesis de Funchal era potentísima y desde ella se marcaban los designios de los cristianos de rito latino no sólo de Madeira, también de casi toda África, Brasil e incluso de India y Goa. No sabemos si el obispo de Madeira era de viajar, pero podría haberse pasado toda su vida visitando sus parroquias sin volver a pisar Funchal.
Seguimos la visita por el Mercado Dos Lavradores, con sus pescados fresquísimos puestos a la venta todas las mañanas. Qué se puede decir de una isla con un mar rico en atunes, peces espada y riquísimos bodiaos que se pueden degustar en una cocina ligera y muy unida al mejor producto como es la casa Peixaria, otra de las sorpresas del centro de Funchal.
Todos los días sus cocineras y cocineros caminan unos metros para comprar directamente el mejor pescado y lo llevan al restaurante para servirlo ese mismo mediodía. Mejor imposible.
Arte urbano y jardines
Dejamos la cosa del comer y nos vamos cuesta arriba hasta la entrada de uno de los innumerables túneles que agujerean esta isla. Nos encontramos frente A balea una de las obras más reconocidas del artista Marcos Milewski. Su trabajo se acerca al street art con toques quizá surrealistas, que juega con las diferentes perspectivas que tienen los peatones y conductores al pasar delante de sus obras. Muy interesante el trabajo de Marcos.
Junto al muelle se puede tomar el teleférico, la mejor forma de llegar a los exóticos Jardines de Monte Palace. Ocupa una superficie de 70.000 metros cuadrados y alberga una enorme colección de plantas exóticas, procedentes de todo el mundo, junto con cisnes y patos, que pueblan el lago central, y pavos reales y gallinas que pasean libres por las principales zonas de la propiedad. Tiene un toque kitsch, la verdad, pero se agradece un poco de cultura no tan sofisticada en un entorno tropical. Las exposiciones de arte africano con más de 100 piezas es simplemente abrumadora, y desde luego la exposición de minerales es única.
Y ya que hemos empezado a subir las cuestas nos vamos hasta Os Tornos, una levada casi urbana de más de 100 kilómetros que arranca en el pueblo de Santana, conocido por ser el lugar donde aún se mantienen las coloridas casas tradicionales: blancas con ventanas rojas y tejados de paja. Aún se puede visitar una de estas casas, que no ha sido reformada desde hace más de 50 años, y que se mantiene tal y como se la encontró Manuel da Costa, hijo y nieto de los propietarios de la misma. Manuel quiere arreglar la casa y ponerla un poco más accesible para mostrarla al público.
Pero detrás de una casita de cuento está la cruda realidad de una durísima vida no hace más de 70 años. En dos diminutas habitaciones vivían hasta 8 personas en invierno para calentarse, y traían el ganado de la montaña y lo instalaban en el sótano para que les diera calor. La cocina y el aseo se construían fuera, la cocina sobre todo por motivos de seguridad, para que no se quemara la casa.
Hoy nosotros disfrutamos del bosque de laurisilva de Madeira con otro sosiego. La levada Do Risco se lleva la palma en cuanto a visitantes. Llegar es fácil, unos tres kilómetros cuesta abajo por una carretera asfaltada. Así uno llega descansado para disfrutar de una preciosa cascada que cae desde lo alto de la montaña, donde las rocas tienen unos matices entre plateados y rojizos. Mucha humedad y hasta fresco.
Para regresar no hay problema, por tres euros le suben a uno en una furgoneta hasta el aparcamiento. ¡Qué maravilla!
Mar y acantilados
Machico queda al oeste de Funchal, y para llegar hay que pasar por debajo de la estructura que soporta la pista de aterrizaje de los aviones que llegan a Madeira. Los pilares están sobre el mar, es un paso extraño y espectacular a la vez. Y llegamos a Machico, una ciudad balneario con una bonita playa urbana. Detrás quedan los riscos de uno de los paisajes más espectaculares de la isla, son los de Boca do Risco. Es un lugar al que hay que ir casi a pasar el día, la caminata es increíble, el paisaje alucinante, la combinación de mar y acantilados exuberante... Es algo único.
Y otra imagen del poder de la naturaleza en Madeira es la zona del Pico del Arieiro, que con sus casi 1.900 metros queda un poco eclipsado por la inmensa bola blanca que protege al radar del ejército portugués. Merece la pena sentirse alpinista por un día y recorrer la crestería de la senda de la PR 1 que está muy bien marcada. Los barrancos son alucinantes.
Y bajando llegamos hasta las tierras de un proyecto también colosal, es Terra Bona, un proyecto entre hostelero y vinícola puesto en marcha por Maria João y Marco Noronha en la zona de Boaventura.
Eran banqueros, trabajadores en un banco, queremos decir. Un día decidieron dar un vuelco a sus vidas y se enfrascaron en levantar el Proyecto Terra Bona. Lo que a día de hoy se puede ver y disfrutar son unas instalaciones hoteleras que son algo más que lujo, están enclavadas en la falda junto al riachuelo que llega desde el pozo de André. Tienen una microbodega que ya ha recibido varios premios y una alta calificación en la lista Parker. Su Riesling a base de uva Arnsburger está buenísimo. Chapeau por tener una visión tan potente de cómo quieren que sus hospedados disfruten de unos días de descanso.
Quizás el maridaje perfecto para sus vinos esté en el Kampo open kitchen, el proyecto culinario de Julio Pereira. Este pequeño restaurante está en el corazón de Funchal. En su segunda planta se encuentra una cocina abierta a los comensales que se sitúan en una enorme barra en forma de U para poder ver directamente la elaboración de la oferta culinaria. Los emplatados se hacen delante del propio cliente. Se trabaja mucho la parrilla, y la elaboración es sofisticada sin perder el punto del producto fresco. Julio es hijo de carniceros y se nota, la carne la trata con sumo cuidado. Su tartar de ternera y champiñones es un ejemplo. A este explorador culinario le encantó la sardina con berenjena y maracuyá, y el corneto de atún.
Y todo no va a ser comer. En Seixal está la base del club naval. Se dedican a organizar regatas y todo lo que se puede preparar alrededor del agua. Pero su actividad más interesante a día de hoy es la que tiene que ver con las montañas del norte de la isla, donde tienen preparados diferentes recorridos para hacer en bicicleta de descenso, lo que también se conoce como enduro. Es una actividad llena de adrenalina que permite conocer parajes salvajes de la alta montaña madeirense. Al final del día, un estupendo baño en su playa de arena negra es lo mejor. Y ya puestos, como para decirle un hasta pronto a Madeira, cenamos una espetada con una cerveza Coral en Cámara de Lobos. ¿Dónde? Tendréis que venir a Madeira...
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